DOBLE FILO
A un cubano le bastaba con tocar suelo estadounidense para que fuera admitido en ese país como inmigrante. Prácticamente nadie en el mundo gozaba de similares privilegios. Esta política, conocida como «pies secos, pies mojados» fue fruto de una revisión de la Ley de Ajuste Cubano
Autor: Michel E. Torres Corona | internet@granma.cu

A un cubano le bastaba con tocar suelo estadounidense para que fuera admitido en ese país como inmigrante. Prácticamente nadie en el mundo gozaba de similares privilegios. Esta política, conocida como «pies secos, pies mojados» fue fruto de una revisión de la Ley de Ajuste Cubano, realizada durante la administración Clinton, a propósito de negociaciones con Cuba para intentar regular el flujo migratorio a través del Estrecho de la Florida. Todos los cubanos interceptados en altamar serían devueltos a la isla, pero aquellos que de una forma u otra arribaran a «la tierra prometida», no podrían ser deportados.
Dicha política fue acompañada por el acuerdo de otorgar no menos de 20 000 visas anuales, para que los ciudadanos cubanos que así lo desearan pudieran viajar de forma legal a Estados Unidos y, de permanecer un año allá, reajustar su estatus como residentes permanentes (la famosa green card).
Años después, durante la administración Obama, la política de «pies secos, pies mojados» fue abrogada. Los cubanos continuarían gozando de una situación privilegiada con respecto a otros migrantes, gracias a la Ley de Ajuste, pero solo los que ingresaran a Estados Unidos de forma regular. La decisión no solo fue aplaudida por el gobierno cubano, quien de forma atinada veía esta política como una técnica de fomento a la emigración irregular a través del mar y con peligro para la vida. Otros políticos, de forma más o menos velada, apoyaron esa medida.
Un senador conservador, anticomunista y eterno enemigo de Cuba como Marco Rubio, llegaría a decir que se debía acabar con «los privilegios» de una emigración eminentemente económica, y que no tenía problema alguno con visitar nuestro país y mantener con este un vínculo permanente.
En las actuales circunstancias, con la crisis epidemiológica y económica que vive el mundo, no solo Cuba, es comprensible que la migración aumente. Sin embargo, con una embajada en La Habana, inoperante, que hace tiempo no brinda servicios consulares, con el flagrante incumplimiento de los acuerdos de otorgamiento de visas, ¿cómo puede un cubano entrar a EE. UU.? ¿Cómo puede acogerse a la Ley de Ajuste si no puede permanecer un año de manera legal en ese país? ¿Cómo evadir la condición de excluible?
La opción más factible es solicitar el estatus de refugiado político. Una vez detenido por las autoridades, el migrante deberá solicitar una entrevista de «miedo creíble» ante un Oficial de Asilo. En esa entrevista, deberá convencer al funcionario de que, de ser deportado, su vida o su integridad física correrían peligro. Debe acreditar que fue torturado o perseguido o abusado de alguna manera, y que las instituciones de su país de origen son incapaces de protegerlo. Si el oficial lo decide así, el caso pasará a un Juez de Inmigración que validará o no el estatus de refugiado.
Los cubanos que deciden acogerse a esta «protección» suelen afirmar que en su país su vida corre peligro, porque son «perseguidos políticos», que no se sienten seguros. A esa entrevista ayuda mucho la «leyenda negra» sobre la «cruel dictadura comunista», propaganda con la cual están intoxicados en suelo estadounidense. Promover esa imagen es una forma de solventar un enrevesado trámite burocrático.
Pasa un año, adquieren la residencia permanente y entonces la mayoría de esos «refugiados políticos» regresan a vacacionar o de visita familiar al país del que salieron huyendo, hecho insólito en la historia universal. El propio Marco Rubio, encolerizado, lo llegó a denunciar: «Es difícil justificar el estatus de refugiados de algunos cuando, luego de llegar a Estados Unidos, viajan al lugar del que dicen que huyeron unas diez, 15, 20, 30 veces al año».
Esteban Rodríguez, «activista político» cubano que también halló «refugio» en Estados Unidos, fue menos diplomático: «Eso es un descaro y una falta de respeto». Tanto Rubio como el ala más extremista de la contrarrevolución, de la que Esteban Rodríguez es parte, se muestran a favor de quitar todo beneficio a los cubanos que solicitan este estatus y al poco tiempo viajan a la isla.
No sorprende que piensen así: ¿cómo puede ser creíble el miedo que solo dura un año? ¿Cómo validar la imagen dictatorial de Cuba en el mundo si los «perseguidos» están desesperados por regresar? Eso es inadmisible. Tiene que haber miedo, tiene que haber dictadura en Cuba, de lo contrario, los excluibles son ellos.