Desde bien temprano el 17 de enero de 1959 miles de habitantes de Pinar del Río aguardaron la llegada de Fidel Castro y los barbudos triunfantes, con el júbilo de quienes se saben libres y protagonistas de nuevas páginas en la historia.
Hasta cerca de las ocho de la noche, en que la Caravana de la Libertad entró a la ciudad cabecera, no pocos permanecieron en sus lugares ansiosos por escuchar y saludar a los revolucionarios que a partir de entonces darían un vuelco a la realidad del territorio conocido como la Cenicienta de Cuba, debido a la situación imperante por la desidia de los gobernantes de turno.
En la intersección de las calles José Martí y Rafael Ferro, a las 8 y 20, Fidel se dirigió al pueblo sobre una rastra devenida tribuna y le explicó las medidas del Gobierno Revolucionario para cumplir el programa del Moncada.
Durante más de dos horas también desmintió las calumnias de la prensa extranjera para desacreditar a la naciente Revolución, y manifestó sus deseos de actuar para sacar a la región de la miseria y el abandono.
No había venido a Pinar del Río porque tuve necesidad de permanecer en La Habana durante varios días. Tal era el fervor revolucionario de esta provincia, (…) que durante el trayecto entre Oriente y La Habana me llegaron las insinuaciones de numerosos compañeros, pidiéndome que antes de llegar a La Habana viniese a Pinar del Río, aseguró el líder aquel día glorioso.
No era posible, sin embargo, detener la marcha de toda la columna para hacer un rodeo por la provincia, y yo les respondía a esos compañeros: “No se preocupen, que a Pinar del Río no lo tenemos olvidado, que a Pinar del Río iremos”, apuntó entonces.
La provincia mostraba un panorama desfavorable en todos los sectores pues, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil ascendía a 60,5 por cada mil nacidos vivos.
De igual modo, solo 33 mujeres poseían título universitario, la esperanza de vida al nacer era de apenas 53 años y el nivel de escolaridad promedio, de segundo grado.
Aquel enero cambió los destinos de esta tierra y marcó el inicio de un periodo que en lo adelante sería más difícil.
Gracias a la obra de humanismo del proceso revolucionario se erradicó la pobreza extrema en la región más atrasada del país.
Como hace 64 años, el pueblo de Pinar del Río recibirá este 17 de enero a la Caravana de la Libertad, ahora protagonizada por jóvenes acompañados por combatientes de la Revolución y artistas.
Con el mismo júbilo de entonces, miles de personas recordarán la llegada de Fidel tras un extenso periplo por varios territorios de Cuba, a pocos días del triunfo.
Cada calendario una nueva caravana parte desde el municipio de Los Palacios hacia la urbe pinareña, cual continuidad de un proceso revolucionario respaldado por los hombres y mujeres de esta tierra, agradecidos por las conquistas de la Revolución.
Raúl ha sido ejemplo supremo de fidelidad a su hermano de sangre y de luchas. Foto: Juvenal Balán
De pequeño lo veía como una joven promesa. Intranquilo, como suelen ser los muchachos, Raúl solo se llevaba las críticas, pero Fidel sentía que en él había algo más, un futuro; por eso lo asumió bajo su protección, no para mimarlo ni aplaudirle sus novatadas, sino para verlo crecer como hombre de bien.
Y creció, o mejor dicho, crecieron, del Moncada al Granma, de la prisión al exilio, de Alegría de Pío a la Sierra Maestra, de la derrota a la victoria definitiva aquel enero de 1959 y, en ese andar, con el peligro siempre a cuestas…, fundaron entre sí un vínculo indisoluble más allá de la sangre, basado en el amor y el respeto.
«Ser hermano de Fidel es un privilegio. Siempre fue, desde la infancia, mi héroe; porque de todos los hermanos, yo soy el cuarto. Está una hermana, la mayor, después Ramón, un año después Fidel, cinco años después yo. O sea, que él, llevándome cinco años, era mi hermano inmediato superior. Y siempre fue mi héroe, mi más cercano compañero, pese a la diferencia de edad».
Fidel y Raúl afrontaron juntos los peligros y retos de la Revolución. Foto: Archivo de Granma
De ese cariño mutuo la historia recoge anécdotas, sobre todo contadas por el Comandante en Jefe, pero ¿y Raúl? ¿Qué pensaba el General de Ejército de su hermano? ¿Qué vio en ese gigante que le motivó a seguirlo en todos sus lances y hasta asumir la alta responsabilidad de continuar su legado como Presidente y Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba?
Raúl no es un hombre de loas, pero que admiraba a Fidel es indiscutible, lo dejó claro en su mensaje revolucionario en la Casa de las Américas aquel 11 de septiembre de 1959: «Si Fidel Castro es hoy el líder más popular, más conocido y que más entusiasmo y adhesiones despierta en toda la América Latina, se debe no solo a la lucha armada de años, sino también, y principalmente, a que el poder revolucionario instituido bajo su dirección reivindicará resuelta y firmemente la soberanía nacional».
Y continuó en ese entonces: «Castigó severamente a los torturadores, asesinos y criminales de guerra. Inhabilitó a los políticos venales y traidores, a los dirigentes sindicales corrompidos, cómplices de la tiranía, y les confiscó sus bienes robados al pueblo. Disolvió los órganos del poder reaccionario, emprendió de inmediato medidas radicales de beneficios populares y, sobre todo y ante todo, la Ley de Reforma Agraria radical».
Aquellas medidas marcaron un hito en la historia de Cuba, el «con todos y para el bien de todos» añorado por Martí empezaba a visualizarse y para eso estaba Fidel, lo validaría Raúl, en 1959, en la concentración campesina para conmemorar el vi aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y en apoyo a la Reforma Agraria:
«Fidel está aquí porque hace falta, porque la nave de la Revolución necesita un timonel como él, para que los traidores no puedan detener la maquinaria de su Revolución, para que los traidores no puedan desviar el curso de la nave de su Revolución. Para cumplir el cometido de nuestra Revolución, hace falta Fidel».
«El más preclaro hijo de Cuba en este siglo», diría Raúl, justo el 26 de julio de 1994, año difícil, mas gracias al líder histórico y su relación entrañable con el pueblo se logró «la heroica resistencia del país (…), el producto interno bruto cayó un 34,8 % y se deterioró sensiblemente la alimentación de los cubanos; sufrimos apagones de 16 y hasta 20 horas diarias y se paralizó buena parte de la industria y el transporte público. A pesar de ello se logró preservar la salud pública y la educación».
En ese entonces y ahora, Cuba continuó defendiendo las banderas del socialismo frente al periodo especial, al bloqueo imperialista, a las campañas mediáticas dirigidas a sembrar el desánimo en la ciudadanía… «Nuestro pueblo bajo la conducción de Fidel –aseveró Raúl– dio una inolvidable lección de firmeza y lealtad a los principios de la Revolución».
Fue él quien nos enseñó que sí se podía derrotar en menos de 72 horas la invasión mercenaria de Playa Girón; erradicar el analfabetismo en un año, proclamar el carácter socialista de la Revolución a 90 millas del imperio, mantener con firmeza los principios irrenunciables de nuestra soberanía sin temer al chantaje nuclear de Estados Unidos en la Crisis de Octubre, enviar ayuda solidaria a otros pueblos contra la opresión colonial, la agresión
externa y el racismo.
«La permanente enseñanza de Fidel es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer», agregaría Raúl en el histórico discurso de despedida de nuestro Comandante en su tránsito a la inmortalidad.
En ese momento evocó, además, cómo bajo el ideal fidelista se convirtió a Cuba en una potencia médica, se transformó en un gran polo científico en campos de la ingeniería genética y la biotecnología; desarrolló el turismo y resistimos, ayer y hoy, sin renunciar a los principios ni a las conquistas del socialismo.
De hermano a casi padre, Fidel fue y es el referente para todos los cubanos, en especial para quienes guardamos parte de él en nuestros corazones. Fidel es Fidel, y por eso es inmortal su legado, el mismo que Raúl Castro explicó en varias ocasiones.
Su hermano Raúl definió su eterna presencia, tan temprano como el 5 de septiembre de 1959, al expresar que «el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente porque Fidel está dondequiera que se trabaje (…), dondequiera que la Revolución avance. Fidel está dondequiera que una intriga se destruya, dondequiera que un cubano se encuentra laborando honradamente, dondequiera que un cubano, sea el que fuere, se encuentre haciendo el bien. Dondequiera que un cubano, sea el que fuere, esté defendiendo la Revolución, allí estará Fidel».
Tal parece que está aún en su mesa de trabajo, siguiendo con vista de águila los acontecimientos recientes en Europa, la escalada de la guerra en Ucrania, el resurgir del fascismo y los peligros que acechan a la especie. Foto: Estudios Revolución
Viajar al futuro y regresar para alertarnos de la trampa, de la posible emboscada, del cambio de curso de la política de tal y más cual estratega o país, para advertirnos de los daños irreparables a la naturaleza, para regalarnos optimismo y fe a raudales, no era suficiente para quien cabalga un sueño tan grande y puro.
Llevaba en la frente el beso del Apóstol y en la mano la alquimia para sanar cualquier injusticia. Veía más porque miraba más lejos. Los horizontes convergían en su voluntad de hacer y vencer cualquier contratiempo.
No ser perfecto le hizo perfecto para su pueblo, que ante cualquier duda buscaba la palabra precisa y afirmaba, con absoluta convicción: «lo dijo Fidel».
No hacía predicciones, no era hechicero o brujo, aunque a veces lo creyéramos por su poder anticipatorio; era un revolucionario y un genial estadista, un observador y estudioso consagrado de las realidades de este mundo.
Pero, cómo no creer en sus dotes de adivino, cuando vislumbró la futura victoria de la Revolución en aquel encuentro en Cinco Palmas, o advirtió del reto que significaba esa victoria, y la dura lucha que vendría después del triunfo.
También advirtió del cambio climático y de la amenaza de una guerra nuclear o del fin de la Unión Soviética. Muchos no le creyeron, su pueblo sí.
El actual escenario mundial nos lleva otra vez a sus palabras, alertándonos sobre el papel de la otan, cuando dijo, en una de sus reflexiones, que «esa brutal alianza militar se ha convertido en el más pérfido instrumento de represión que ha conocido la historia de la humanidad».
Sobre la organización guerrerista también señaló: «Muchas personas se asombran al escuchar las declaraciones de algunos voceros europeos de la otan, cuando se expresan con el estilo y el rostro de las ss nazis».
Predijo, digámoslo así, la decadencia económica y política de occidente frente al protagonismo de Rusia y China.
«El imperio de Adolfo Hitler, inspirado en la codicia, pasó a la historia sin más gloria que el aliento aportado a los gobiernos burgueses y agresivos de la otan, que los convierte en el hazmerreír de Europa y el mundo, con su euro, que al igual que el dólar no tardará en convertirse en papel mojado, llamado a depender del yuan y también de los rublos, ante la pujante economía china estrechamente unida al enorme potencial económico y técnico de Rusia».
Cuando se cumplía el aniversario 67 de la victoria sobre el nazifascismo, escribió, en una de sus reflexiones: «Los yankis y los ejércitos sanguinarios de la otan seguramente no podían imaginarse que los crímenes cometidos en Afganistán, Iraq y Libia; los ataques a Pakistán y Siria; las amenazas contra Irán y otros países del Medio Oriente; las bases militares en América Latina, África y Asia; podrían llevarse a cabo con absoluta impunidad, sin que el mundo tomara conciencia de la insólita y descabellada amenaza».
Creía firmemente en la capacidad de la Federación de Rusia para ofrecer respuesta adecuada y variable a los más sofisticados medios convencionales y nucleares del imperialismo, y vencer, certidumbre que debió servir de consejo a los que baten hoy los tambores de la guerra contra ese país.
Alertó sobre el peligro de una guerra en la península de Corea, la que consideró uno de los más graves riesgos de guerra nuclear después de la Crisis de Octubre en 1962, un riesgo que sigue vigente.
«Si allí estalla una guerra, los pueblos de ambas partes de la Península serán terriblemente sacrificados, sin beneficio para ninguno de ellos», previno.
El 21 de marzo de 2012 escribió una de sus más proféticas reflexiones: Los caminos que conducen al desastre. En ella expresó su preocupación sobre el agravamiento de la crisis de supervivencia de la especie humana.
«Cuando expresé, hace 20 años, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, que una especie estaba en peligro de extinción, tenía menos razones que hoy para advertir sobre un peligro que veía tal vez a la distancia de 100 años».
Entonces recordó ese día en Río, cuando los líderes mundiales presentes aplaudieron, quizá solo por cortesía, sus palabras, y «continuaron plácidamente cavando la sepultura de nuestra especie».
Su pregunta, centro de la reflexión, nos interroga aún: «¿Alguien piensa acaso que Estados Unidos será capaz de actuar con la independencia que lo preserve del desastre inevitable que le espera?».
Convencido, respondió: «Por mi parte, no albergo la menor duda de que Estados Unidos está a punto de cometer y conducir al mayor error de su historia». Y selló ese escrito con una lección: «Si no aprendemos a comprender, no aprenderemos jamás a sobrevivir».
Tal parece que está aún en su mesa de trabajo, siguiendo con vista de águila los acontecimientos recientes en Europa, la escalada de la guerra en Ucrania, el resurgir del fascismo y los peligros que acechan a la especie.
Fidel viene del futuro porque allí habita, ese lugar donde convergen los mejores sueños y esperanzas de la humanidad.
De su prédica revolucionaria, sustentada en el ejemplo mismo de quien vivió por y para los humildes, hemos aprendido también que la «Revolución es creer que se pueden mover montañas». Foto: Archivo de Granma
Arraigado en la fibra más íntima de la nación cubana, Fidel nos sigue acompañando desde la sobrevida. No hay metáfora en esa afirmación, sino certeza cabal de que su espíritu rebelde pervive en la cotidianidad de un país que no renuncia a la construcción de la obra social, emancipadora y humanista que es la Revolución.
El Comandante en Jefe también vive, especialmente, en el pueblo. Y es esa, quizá, la razón más hermosa que demuestra que su viaje a la inmortalidad –emprendido aquel desgarrador 25 de noviembre de 2016– figura solo como pretexto para extrañar su presencia física, pues hace mucho tiempo que su legado estaba impregnado en el sentir de millones de agradecidos.
Por eso, aunque haya partido a otra dimensión, Fidel no ha dejado de estar entre nosotros. Renace en cada batalla que libra el país, en cada nuevo desafío, en cada victoria, en cada niño que aprende a leer y a escribir la palabra Patria, en cada gesto de solidaridad o altruismo…, en la defensa de la verdad y de lo justo.
En presente también se habla del líder inquebrantable que jamás cedió un ápice frente a las amenazas del enemigo imperial; del hombre de ciencia que avizoró la necesidad de emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; del estadista con visión estratégica de futuro; y del político excepcional que con humanismo, inteligencia y constancia convirtió a una pequeña isla del Caribe en un referente mundial de lucha y resistencia.
De esa herencia moral se nutre hoy la fortaleza de los cubanos para sortear las más complejas adversidades que nos acechan. Los ejemplos sobran.
Basta con recordar que, cuando una pandemia sin precedentes puso en vilo a toda la humanidad, nuestros científicos fueron capaces de desarrollar soberanas vacunas para combatir con eficacia la terrible enfermedad, dentro y fuera de la Isla. No hubo duda de que ese resultado extraordinario era el fruto del empeño del líder histórico por fomentar la industria biofarmacéutica en el país.
Cuando nos quisieron arrebatar la tranquilidad con intentos de disturbios que amañaban los intereses injerencistas del gobierno estadounidense sobre nuestro cielo, la defensa de la soberanía nacional primó en el sentir de un pueblo comprometido con su historia y con la convicción fidelista de defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio.
Cuando otras naciones han necesitado la ayuda internacionalista ante la ocurrencia de epidemias, huracanes, terremotos y diversas situaciones de desastre, ahí han estado nuestros galenos del Contingente Internacional Henry Reeve poniendo en alto el nombre de la Mayor de las Antillas, brindando un servicio de calidad, devolviendo la esperanza a los más humildes y perpetuando, con su hacer, las ideas del Comandante.
Su semilla fértil, además, anda esparcida por todo el continente de América Latina y el Caribe; está en África, en Vietnam y en tantas otras naciones, donde el crisol de su vocación solidaria aún irradia con hondura bajo el principio de compartir lo que tenemos y no lo que nos sobra.
Martiano de honda raíz, nuestro «Quijote americano», como lo bautizara su entrañable amigo Hugo Chávez, no quiso monumentos en Cuba que lo glorificaran ni calles que llevaran su nombre. Y, ciertamente, no los necesita en su tierra. A Fidel lo podemos encontrar en cualquier sitio y en cualquier momento, proyectado en cada obra social edificada con el esfuerzo de un país en Revolución.
Lo podemos encontrar en el campesinado dignificado, en las mujeres emancipadas, en los maestros más consagrados… y en el espíritu deportivo y cultural de una nación que tiene ante sí el reto tremendo de continuar defendiendo la convicción profunda de que no existe poderío en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.
Por eso ahora, cuando se nos convoca a participar, a construir, a formar parte activa de las transformaciones que demanda Cuba en medio de circunstancias económicas dificilísimas, muchos buscan las respuestas en Fidel, el gigante de verde olivo que nos enseñó que para sostener nuestra obra socialista tenemos que cambiar todo lo que deba ser cambiado, y desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional.
De su prédica revolucionaria, sustentada en el ejemplo mismo de quien vivió por y para los humildes, hemos aprendido también que la «Revolución es creer que se pueden mover montañas», y que es posible convertir en realidad los sueños colectivos si no nos faltan la unidad, la perseverancia y la fe en la victoria.
No existe huracán, por fuerte que sea, que quiebre la voluntad de recuperación de los cubanos. Eso también nos lo enseñó Fidel. No hay, tampoco, ninguna medida coercitiva del bloqueo que amilane nuestro empeño de seguir trabajando, de seguir fundando y de seguir resistiendo, porque la máxima que nos guía es la de luchar con audacia, inteligencia y realismo.
Y aunque sabemos que en lo adelante nada será sencillo, pues la política expansionista y neoliberal de las grandes potencias no se detendrá, Cuba seguirá sorteando los obstáculos bajo los principios inquebrantables de la Revolución, que es lo mismo que mencionar los innegociables preceptos que nos inculcó Fidel.
Absuelto por la historia, su ejemplo nos compromete, la vigencia de su obra nos guía, y su presencia de luz nos ilumina. Porque el Comandante en Jefe vive en todos los que no lo dejaremos morir; se agiganta en los que se levantan cada día a construir un país mejor; y se consolida en la belleza que emana del decoro.
Al retratarlo en versos, el argentino Juan Gelman expresaría: «Dirán exactamente de Fidel / gran conductor, el que incendió la historia etcétera / pero el pueblo lo llama el Caballo y es cierto / Fidel montó sobre Fidel un día / se lanzó de cabeza contra el dolor, contra la muerte…».
Y es que, sencillamente, nuestro líder histórico sigue palpitando en todas las dimensiones de la Revolución.
Lo que tenía Fidel, lo que tiene, es su fidelidad al pueblo: el respeto a los pactos y las promesas, la consulta de las grandes decisiones, el sacrificio de una vida entera en favor del reino de los humildes de la Tierra
Bastan pocas líneas para trazar su perfil reconocible sobre el lienzo. Con solo unas palabras –verdeolivo, uniforme, botas, barba– el pensamiento remite a su estatura. Apenas un grado, Comandante en Jefe, es suficiente para llegar a la sencillez de un nombre que se tejió, límpido, en la complejidad de un país.
Fidel se dice, y es como si se estuviera diciendo además Revolución y Cuba, y como si se hablara de sucesivas rebeldías, y de la invitación a no dejar de cometerlas, para seguir fundando la herejía de una Patria socialista que cree que con todos es posible el bien de todos.
Fidel es Fidel para el yo y para el nosotros, para sus contemporáneos, para los que crecieron bajo su discurso estremecedor y pedagógico, y para aquellos que conocieron su barba ya blanca y aún así fueron testigos de la apostura de la Sierra.
Es él, sin parangones, también para los nacidos después del 25 de noviembre de 2016, cuando murió para seguir renaciendo en los ojos inteligentes de una niña que mira a la pantalla del televisor y dice «Fidel» con la ternura de quien reconoce a un ser querido.
Se hizo parte Fidel de ese patrimonio simbólico que nos asaeta y consuela. Y en presente nos seguimos preguntando ¿qué tiene que los imperialistas no pueden con él? Esos que militan en el bando del odio, los enemigos indignos, los adoradores del yugo, asisten atónitos y descreídos a la sobrevida de un hombre que entró por los portones agrandados de la historia.
Lo que tenía Fidel, lo que tiene, es su fidelidad al pueblo: el respeto a los pactos y las promesas, la consulta de las grandes decisiones, el sacrificio de una vida entera en favor del reino de los humildes de la Tierra.
Y, asimismo, la fe en esa misma gente, en su agudeza, en su capacidad de sostener grandes proyectos, de entender la justicia de una lucha atroz y sostenida contra el torcido «orden natural» del mundo.
Decía: «Los cubanos no han querido otra cosa sino que sean suyas las determinaciones que solo su conducta; ¡que sea suya, y solo suya la bandera de la estrella solitaria que ondea en nuestra Patria! Que sean suyas sus leyes, sus riquezas naturales; que sean suyas sus instituciones democráticas y revolucionarias; que sea suyo su destino»; y una nación entera entiende la grandeza, la necesidad, de seguir diciendo: ¡Patria o Muerte!
Lo que tiene Fidel es la sensibilidad del líder triunfante que honró a los caídos desde las horas iniciales del proyecto revolucionario, que cruzaba puentes en medio de ciclones tremebundos, que no dejaba de idear cómo sortear, desde la ciencia y desde la habilidad, todos los asedios.
Y tiene la monumentalidad de una obra aún inabarcada en su profundidad, de la que se extraen continuas lecciones de hidalguía: «Nuestra Patria ha vencido las pruebas más duras, hemos llegado hasta aquí, y seguiremos adelante, labrando nuestro futuro, sin que ninguna fuerza pueda doblegarnos, intimidarnos ni obligarnos a renunciar a uno solo de nuestros principios».
Lo que tiene Fidel es que desde ese pensamiento hondísimo nos habla y lo seguirá haciendo. Lo que tiene Fidel es el amor a la Isla, ese que ella le devuelve.
Canal Caribe.- Y como parte de la serie de testimonios realizada por el Centro Fidel Castro Ruz en homenaje al sexto aniversario de la partida física del Comandante en Jefe, hoy nos acercamos a algunos de los tantos recuerdos que atesora el destacado economista de Cuba, José Luis Rodríguez, un hombre que, durante 25 años, fue colaborador cercano del Líder de la Revolución Cubana.
José Luis Rodríguez: “Para Fidel no había economía sin política ni política sin economía”
Cubaperiodistas.cu
septiembre 3, 2019
Para Recordar a Fidel en su 93 cumpleaños, la Unión de Periodistas de Cuba auspició un conversatorio con el Dr. José Luis Rodríguez, quien fuera colaborador del Comandante y ministro de Economía durante los duros años del Período Especial.
Rosa M. Elizalde: Quien va a hablarnos es muy conocido. Fue Ministro de Economía durante todo el Período Especial, uno de los arquitectos —con Fidel, por supuesto, como maestro de obra— de la estrategia que permitió que el pueblo cubano sobreviviera en la peor crisis que ha vivido la Revolución en sus más de 60 años de existencia.
Actualmente José Luis Rodríguez es asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, colaborador de Cubadebate y uno de los pocos economistas que está tratando de interpretar con objetividad, desde la pedagogía de Fidel y su visión socialista, las transformaciones económicas y sociales que se iniciaron con los Lineamientos del Partido en ya casi una década.
Hoy nos hablará del pensamiento económico Fidel, porque mañana es el cumpleaños 93 del líder de la Revolución. A tono con las nuevas medidas que han celebrado los periodistas y todo el sector público, consideramos que debíamos recordar de dónde vienen estas decisiones que benefician a millones de cubanos, con un hombre que estuvo todos los días junto al Comandante en Jefe —mañana, tarde y noche—, tratando de alimentar a un pueblo y de desarrollar a un país en las condiciones más adversas.
Gracias, José Luis, por estar acá, un abrazo y bienvenido. Tienes la palabra.
José Luis Rodríguez: Gracias a ustedes por la invitación. Hay muchos compañeros que pueden hablar de esa época y de otros momentos, de la obra de Fidel y del trabajo con Fidel. Realmente me considero muy afortunado. La vida de una persona tiene momentos determinantes, y para mí lo fue sin duda alguna haber podido colaborar con Fidel durante veinticinco años.
Esa colaboración empezó cuando se crea el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM), en 1979, durante el período en que Cuba presidió los No Alineados. El objetivo del CIEM era asesorarlo a él en temas de economía internacional, de economía mundial, y a partir de ahí comenzamos un trabajo, primero de ayuda en la elaboración de materiales y discursos. Pueden imaginar la enorme responsabilidad que tuvimos encima -Osvaldo Martínez, que dirigía el CIEM en ese momento, y yo, que era el subdirector, aunque ambos éramos profesores con cierta experiencia en la universidad.
En mi caso, había trabajado en empresas (era contador) y, además, había trabajado los temas económicos por dentro. La experiencia de haber dado clases en la universidad desde 1967 ayudaba mucho a la hora de traducir ideas, de presentarlas lo más sencilla y objetivamente posible.
Relevancia del pensamiento económico
Hay toda una serie de anécdotas que revelan la importancia que Fidel le daba a ese trabajo y a la economía propiamente dicha, de todas formas era realmente un trabajo de mucha responsabilidad.
Los primeros contactos que tuve con él fueron telefónicos. Me acuerdo que un día de un discurso en un aniversario de los CDR me avisaron en mi casa: “lo va a llamar el compañero Fidel”. Me quedé electrizado, era la primera vez que iba a hablar directamente con él, y estuvimos conversando como dos horas por teléfono. Ustedes saben cómo era Fidel, habló de cuanta cosa en ese momento estuviera discutiéndose en la economía, en la política internacional, etcétera. Él hacía preguntas y yo trataba de responderlas.
Empezamos a trabajar directamente con Chomy (José Ramón Miyar Barruecos) que era el secretario del Consejo del Estado y atendía directamente los vínculos de Fidel con el Equipo de Apoyo. También estaban otros compañeros que atendían los temas que no eran de economía, como el periodista Julio García Luis; Pedro Álvarez Tabío, que era el editor del Consejo de Estado: su último trabajo fue enorme: Cien horas con Fidel, que se desarrolló con mucha calidad, y había otro grupo de compañeros que eventualmente colaboraban en este sentido.
El interés de Fidel por los temas de economía internacional creció mucho a partir su discurso en Naciones Unidas en 1979. Fidel levantó la idea de crear un fondo de trescientos mil millones para impulsar el desarrollo. Empezó un trabajo muy intenso para promover estas ideas con participación en una serie de eventos. Eso fue entre 1980 y 1983, aproximadamente.
La crisis económica y social del mundo
Ya a finales de 1982 y principios del ‘83, Cuba tiene que entregar la presidencia de los No Alineados a la India. Fidel decide hacer un libro que se llamó La crisis económica y social del mundo, que se entregó en la Cumbre de Nueva Delhi. En el texto se analizaba la coyuntura internacional en todos sus aspectos: los problemas de alimentación, la industrialización, del medioambiente (que empezaban a tratarse en ese momento). Fue un trabajo muy intenso. Un grupo de compañeros, prácticamente estuvimos internados durante dos meses preparando los borradores, después de haber discutido con Fidel el esquema y los borradores de cada uno de los capítulos. Teníamos sesiones de discusión con él en relación a lo que se presentaba, a lo que él creía.
Fidel revisó y, en definitiva, palabra por palabra de ese libro. Es decir, se leyó todos los capítulos, discutió todos los capítulos y, desde luego, de cada discusión salían nuevas versiones y nuevos elementos a incluir. Al final él tuvo la gentileza de reconocer en el prólogo del libro el trabajo del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, y de otros como el Centro de Investigaciones de la Economía Internacional, de la Universidad de La Habana, que también había colaborado con un grupo de compañeros.
Sobre ese libro hay muchas cosas que se pudieran contar. Ya en ese momento, los criterios de Fidel eran muy firmes en relación a temas como la crisis. El título del libro él lo defendió (La crisis económica y social del mundo), aunque en el mundo había países capitalistas y países socialistas.
Se hicieron traducciones a cuanto idioma fundamental existía: el inglés, el francés, el alemán, el ruso, el árabe, y todo eso se preparó en paralelo, para entregarlos en la Cumbre de Nueva Delhi en el ’83. Cuando llega la traducción al ruso los camaradas soviéticos dijeron que ellos no estaban de acuerdo con el título, porque se incluían los países socialistas, pero Fidel no cedió y dijo que la crisis económica y social estaba afectando al mundo.
Esto, provocó una reacción no muy agradable por parte de los soviéticos, y la edición rusa del libro fue de sólo cuatrocientos ejemplares, que no alcanzaban ni a uno por biblioteca en la Unión Soviética de entonces. Pero él no cedió con el título del libro y el libro en ruso también se llama La crisis económica y social del mundo. No del mundo capitalista, no del mundo subdesarrollado: del mundo. Porque ya había elementos suficientes para hablar de ciertas crisis en los países socialistas.
Era la etapa, año 1983, en que Cuba estaba participando en las guerras de liberación de África. Hay toda una serie de historias que contar también en ese sentido, sobre la participación de los soviéticos en esos hechos. Ocurrieron también otros intercambios en los que Cuba tuvo que asumir expresamente la defensa del país.
Recordemos la famosa conversación de Yuri Andropov con Raúl cuando le dijo que si había un ataque a Cuba ellos no iban a participar directamente; es decir, había toda una serie de elementos que ya daban señales de que no estábamos, digamos, de acuerdo en una serie de cuestiones, y Fidel tenía sus criterios muy firmes en ese sentido, no todos públicos, desde luego. Él se cuidaba mucho de no crear un cisma, cualquier grieta que pudiera ayudar al enemigo en ese momento, pero en realidad tenía criterios muy definidos en relación a lo que estaba ocurriendo en la economía mundial y la responsabilidad que, en este sentido, tenían los países socialistas.
Fidel en ese momento, inmediatamente después del año ’83, nos pidió que le preparáramos un plan de estudio de los temas de economía en general, pero de economía mundial en particular.
Canal Caribe.- En homenaje al sexto aniversario de la partida física del Comandante en Jefe de la Revolución en #Cuba, continuamos con la serie de testimonios de personas que lo conocieron, con autoría del Centro #FidelCastroRuz. Hoy nos aproximamos a las vivencias que guarda el periodista y escritor #IgnacioRamonet, autor de un texto que ha recorrido el mundo: «Cien horas con Fidel».
Canal Caribe.- Y como parte de la serie de testimonios realizada por el Centro Fidel Castro Ruz en homenaje al sexto aniversario de la partida física del Comandante en Jefe, hoy nos acercamos a los valiosos recuerdos de una pareja unida en la batalla y en el amor: la combatiente Georgina Leyva y el Comandante Julio Camacho Aguilera. Los dos luchadores del llano y la montaña atesoran incontables anécdotas junto al líder de la Revolución en Cuba.
La vitalidad de esa herencia de ideales y valores, radica en la decisión colectiva de no dejar perder las conquistas adquiridas bajo su liderazgo. Foto: Yaimí Ravelo
Es sin dudas excepcional y único todo ser que, tras haber cumplido los límites de su existencia humana, se mantiene vivo. No, no se trata de una afirmación mística o religiosa, sino de una contundente verdad, que descansa en el ilimitado alcance de ciertas figuras a lo largo de la historia.
Los cubanos sabemos bien que eso es posible. Hemos tenido el privilegio de que sea esta Isla madre y cuna de personalidades capaces de transgredir la mortalidad de nuestra especie, para habitar eternamente la dimensión del pensamiento, del recuerdo, de la admiración y el amor.
Pero no es cosa simple alcanzar esa estatura. Se necesita mucho corazón, mucho temple, poner la existencia propia a favor del bien de los demás, hacer historia desde principios de humildad y justicia. Se necesita defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio, y todo eso y más, lo logró Fidel.
Cuando definió brillantemente a la Revolución, aquel inolvidable 1ro. de mayo del año 2000, sin proponérselo, sin que eso pasara jamás por su cabeza, se definió a sí mismo, porque, ser consecuente hasta el último suspiro con todo lo descrito en sus palabras, lo convirtió en un hombre inmortal e imperecedero.
Fidel: sinónimo inequívoco de Revolución
Aprendimos tanto del Comandante en Jefe, que su figura se nos dibuja a cada paso. Cómo no recordarlo cuando solo el profundo sentido del momento histórico nos ha permitido sobreponernos a las adversidades y sostener nuestras metas y expectativas.
Cómo no saberlo presente cuando ponderamos los derechos de cubanos y cubanas, la igualdad, el acompañamiento a los más desprotegidos, si para él fue siempre el ser humano el centro de esta obra y nunca, por duros que fueran los tiempos, abandonó al pueblo.
Hay mucho de Fidel cuando decimos que pese al bloqueo genocida, a los ataques perennes contra nuestro país, a la insistencia del enemigo por arrancarnos nuestra ideología patriótica, no vamos a detenernos, ni a cansarnos, ni a renunciar. Porque nuestro eterno líder nos dejó claro que debíamos emanciparnos por nosotros mismos, pero que en ese camino habría que desafiar poderosas fuerzas dominantes.
Con el ejemplo propio demostró que la modestia, el desinterés y el altruismo son valores imprescindibles, que se enriquecen si van acompañados de la solidaridad para con los demás, para con otros pueblos, para con el mundo.
De qué otra forma si no fuera por la audacia, la inteligencia y el realismo con que hacemos frente a los obstáculos, habríamos podido sostener el socialismo cubano en un mundo mayoritariamente capitalista y hegemónico, que no perdona los modos alternativos de vivir y de pensar.
Nuestra mayor fuerza ha sido y será siempre la de la verdad y de las ideas. Gracias a ellas se sostiene la unidad inquebrantable de este pueblo que, con la verdad como bandera, ha sabido edificar sus sueños de justicia, pero se ha erigido como faro de todos los que en el mundo comparten esa esperanza.
Las pautas de ese concepto de Revolución fueron para Fidel pautas de vida, de pensar y de hacer. Fueron los caminos que condujeron su andar por este mundo y que le hicieron merecedor del respeto de cuantos lo conocieron, aunque no compartieran su ideología de pensamiento.
Pero, sobre todo, fueron esas pautas las que hicieron posible algo sumamente sagrado para Cuba: nuestros principios de continuidad. Esos que nos llevaron a exclamar ¡Yo soy Fidel!, y sostenerlo, como el más preciado de los estandartes en cada una de las batallas que libramos.
La constante e innegable presencia
Nada tiene de retórica nuestra firme convicción de la sobrevida de Fidel. Por el contrario, se trata de una certeza que comprendemos muy bien los cubanos, pueblo agradecido y convencido de quién merece el privilegio de su confianza.
La vitalidad de esa herencia de ideales y valores radica en la decisión colectiva que asumimos como nación, de no dejar perder las conquistas adquiridas bajo su liderazgo, el de Raúl, y el de toda la generación que lo secundó en el empeño de sacudirle a Cuba los siglos de opresión que laceraban su dignidad.
Es por eso que los hombres y mujeres que tomaron de sus manos las banderas del socialismo sostienen que una república con todos y para el bien de todos es, y seguirá siendo, la máxima de cada día; que la vida de un revolucionario siempre implica elevadas dosis de entrega y de sacrificios.
Como lo hizo siempre Fidel, no ha habido un solo instante en el que sus continuadores se hayan apartado del pueblo. Con entereza, con paciencia, sacando fuerzas de donde solo el amor puede sacarlas, han sostenido el mismo desvelo por los problemas del pueblo, por sus preocupaciones, por sus necesidades.
Ese pueblo que nunca se ha sentido abandonado, que se sabe bajo el manto protector de la Revolución y, al mismo tiempo, protagonista de su existencia, ha respondido con unidad, con fidelidad, con madurez, con entrega, a la máxima de pensar como país.
En Cuba, el poder es popular
Fidel tiene también entre sus incontables méritos el de haber entendido desde el comienzo de sus luchas, y haber sostenido siempre, después del 1ro. de enero de 1959, que un líder revolucionario tiene que vivir como vive el pueblo, pensar como piensa el pueblo, solo así tendrá la sensibilidad suficiente para conocerlo y escucharlo.
Y ese binomio, líderes-pueblo, que jamás se ha roto, ni lo hará, es una indiscutible carta de triunfo que siempre nos acompaña, porque cada decisión, cada proyecto social, cada nuevo camino que iniciamos, lleva mucho del pensamiento y la sabiduría que se mueve entre nuestra gente.
En Cuba, el poder es popular. No es un trofeo que se exhibe desde posiciones de superioridad, no está ceñido a un cargo, no responde a millones en una cuenta de banco. Como todo aquello que hemos construido, también es un bien común, ejercido de diversas formas, pero, sobre todas las cosas, desde la visión de impulsar aquello que favorezca el bienestar colectivo.
El líder histórico de la Revolución apuntaló siempre desde su actuar, desde cada uno de sus pronunciamientos, desde el hacer cotidiano, la transparencia ante el pueblo, el deber de rendirle cuentas, pero a la vez, fomentó en las masas la convicción de que la Revolución no se hace sola, de que las obras no se construyen solas, de que lo que a todos pertenece, es, a la vez, responsabilidad de todos.
Quizá sea por eso que este pueblo no admite lo mal hecho, que no acepta nada sin pilares sostenibles y bien fundamentados. Quizá sea por eso que el pueblo siempre es parte primordial de todo lo que hace, y no desde la postura de observación pasiva, sino desde la creatividad y la participación.
Nunca estamos solos
Por muy justa y equitativa que sea una sociedad siempre habrá personas que, por las más diversas causas, quedarán en situación de vulnerabilidad en relación con los demás. La grandeza del socialismo cubano radica, precisamente, en promover el reconocimiento de esas particularidades, para que ningún ser humano, familia o comunidad quede a merced del abandono o el desamparo. También eso lo aprendimos de Fidel.
Aprendimos que no siempre el que necesita ayuda es capaz de pedirla, y por eso debe tener la Revolución los mecanismos que les permitan llegar hasta esas personas, aun si no ha existido un reclamo de ayuda. Así hemos construido nuestra propia definición de solidaridad, que se expresa en todos los ámbitos de la sociedad, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Pero ha sido esa máxima la que ha dado un carácter casi épico y pocas veces visto en el mundo, para no ser absoluto, a la práctica, devenida deber inalienable, de que en cada momento difícil o doloroso, las personas sientan el apoyo de sus dirigentes, el acompañamiento que ayuda a aliviar el más hondo pesar, el abrazo para fortalecer el alma.
Un cubano nunca está solo. Ese sentimiento de solidaridad, personificado en nuestros líderes, responde a un sentir colectivo porque, en este país, la alegría y el dolor se comparten por igual, así de grande es el corazón que nos habita.
Por eso agosto ha sido siempre el momento propicio para celebrar su existencia, porque a él, a sus hermanos generacionales, a la inmensa obra que nos legaron, al amor incondicional que siempre profesaron y profesan a esta Patria, les debemos las más hermosas y perdurables lecciones de vida, que nos hacen hoy, a la par, mejores revolucionarios y mejores seres humanos.
Misión Verdad.- El histórico revolucionario y líder cubano Fidel Castro sobrevivió a más de un intento de asesinato durante su existencia. Fidel pasó la mayor parte de su larga vida en el punto de mira, sobreviviendo a medio siglo de planes de asesinato. Pero a pesar de los intentos desesperados de sus detractores, él murió por causas naturales a los 90 años.
Los 638 intentos de asesinato, según el registro de los servicios de inteligencia cubanos, fueron planificados y llevados a cabo por el gobierno de Estados Unidos a través de la CIA, así como de los opositores cubanos y grupos mafiosos instalados en Miami, descontentos porque Castro acabó con el negocio de los famosos casinos y burdeles de La Habana tras la victoria de la revolución.
Si bien las constantes amenazas de muerte formuladas por Estados Unidos contra el líder cubano son de conocimiento público, lo que no se conocía con exactitud era la colaboración del gobierno del Reino Unido en los planes, y sin embargo, no resulta ninguna sorpresa.
Diplomáticos británicos y la CIA conversaron la «desaparición» de Fidel
Recientemente, el periodista John McEvoy publicó en el sitio web Declassified UKun artículo investigativo que muestra la participación de diplomáticos británicos en las conspiraciones anticastristas de Washington. Indica que las pruebas vienen de un documento del Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino Unido, desclasificado y publicado en los Archivos Nacionales.
El documento señala al diplomático británico Thomas Brimelow y su colega Alan Clark, que en ese momento tenía un puesto en la embajada británica en La Habana. Ambos se reunieron con servicios de inteligencia estadounidenses y conversaron sobre la «desaparición» del Comandante Fidel.
El encuentro ocurrió en noviembre de 1961, cuando la embajada de Estados Unidos ya se había retirado del país insular. Brimelow y Clark estuvieron con agentes de la CIA y estos le preguntaron directamente a Clark «si la desaparición del propio Fidel Castro tendría graves repercusiones» en Cuba.
Ninguno de los dos tuvo inconveniente con la insinuación de intento de asesinato. Según las actas de Brimelow sobre la reunión, marcadas como «personales y secretas», Clark respondió a la CIA que «Raúl Castro había sido nominado como sucesor de Fidel», y que «podría conseguir ocupar el lugar de Fidel si se le concedía el tiempo adecuado».
«Si Fidel fuera asesinado, entonces era menos seguro que hubiera una toma de posesión sin problemas. El aparato [estatal], que aparentemente era lo suficientemente fuerte como para hacer frente a un cambio gradual, podría no hacer frente a una crisis repentina», dijo después con más detalle.
Para dar más contexto, McEvoy agrega que las conversaciones se dieron unos días antes de que el presidente John F. Kennedy autorizara la Operación Mangosta, cuyo objetivo era derrocar el gobierno de Fidel Castro por cualquier medio.
Brimelow y Clark fueron bien recompensados por sus tareas. Al primero le asignaron la dirección del Ministerio de Asuntos Exteriores bajo la condición de cargo vitalicio y al segundo le dieron el cargo de primer secretario de la embajada británica en Washington.
A Reino Unido le celebran sus labores en los planes de sicariato
El intercambio secreto de información entre Londres y Washington respecto al gobierno revolucionario de Cuba no quedó allí. Los documentos desclasificados indican que, en 1962, Reino Unido entregó un informe al Pentágono con numerosos bocetos del aparato militar cubano en un desfile militar realizado en La Habana.
Según un cable británico, la información provenía en gran medida en las observaciones directas del personal de la embajada de Londres: «Teníamos al embajador y al jefe de la cancillería en las gradas, a tres miembros del personal en la multitud que se alineaba en la ruta y a dos más viendo el procedimiento por televisión», señala el telegrama.
Estados Unidos se mostró satisfecho por la colaboración y expresó su gratitud a los británicos. «Esto es solo para decir lo agradecido que está el Pentágono por los excelentes informes… sobre el desfile militar. Están muy impresionados por el esfuerzo realizado y por los resultados detallados que han obtenido», dice el telegrama citado en el artículo de Declassified UK.
Al año siguiente, en marzo de 1962, el Departamento de Defensa reiteró lo agradecido que estaba por toda la información anterior sobre la situación militar en Cuba.
Unos meses después, el gobierno estadounidense compartió con Reino Unido una lista de «objetivos prioritarios» para la recolección de información militar en Cuba. Un funcionario británico que participó en una reunión secreta con el Pentágono, escribió que casi todos esos «objetivos» estaban «en el área de La Habana, y han sido seleccionados porque están casi todos en áreas que los miembros de la Embajada podrían visitar».
Este es el tipo de noticias que no ayudan en un momento en que los países que representan culturalmente a Occidente andan sermoneando y castigando sin fundamento al resto del mundo para hacer cumplir los «principios» de la democracia liberal.
Por otro lado, el papel proactivo de Gran Bretaña en uno de los seiscientos y tantos intentos fallidos de Estados Unidos para asesinar al entonces Jefe de Estado de Cuba dice mucho sobre su participación en los conflictos a escala internacional. ¿Cuántas décadas más tendremos que esperar para que documentos desclasificados confirmen tareas de sicariato político u otras conspiraciones que probablemente los británicos estén cometiendo actualmente fuera de las fronteras del Reino Unido?
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