Elecciones en Cuba, la fiesta de la democracia: comunicado de CESC-Madrid

Solidaridad con Cuba

Les ofrecemos este comunicado de la Coordinadora Estatal de Solidaridad con Cuba de Madrid (CESC-Madrid).


Elecciones en Cuba, la fiesta de la democracia

Cesc-Madrid (Coordinadora Estatal de Solidaridad con Cuba de Madrid)

La Coordinadora Estatal de Solidaridad con Cuba de Madrid saludamos con esperanza la convocatoria de elecciones a Diputados y Diputadas a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba,que se llevarán a cabo el próximo día 26 del mes corriente. En Cuba se vota desde los 16 años y son los propios electores los que postulan y proponen a los candidatos, sin que en este proceso intervengan el estado ni el partido. Tampoco es necesario que los elegibles gasten verdaderas fortunas en campañas electorales, cuyo resultado es que salgan designados los representantes más acérrimos del capital. El proceso electoral cubano es un rotundo desmentido a la matriz de opinión de que en Cuba impera una dictadura férrea y antidemocrática que impide la libre expresión de las preferencias políticas de sus ciudadanos mediante elecciones libres.

Pero a la contrarrevolución sometida al capital y a sus propios dueños capitalistas las únicas elecciones que están dispuestos a reconocer como válidas son las que retrotraigan a la isla revolucionaria a la condición de colonia norteamericana, donde los medios de producción y el poder político se encuentre en manos de la oligarquía cómplice del saqueo imperialista y el pueblo sumido en la miseria y la ignorancia. Es una conducta inmutable de los gobiernos USA el desconocer procesos electorales que no ganen sus lacayos políticos. Lo llevan haciendo años con la Revolución Cubana y ahora también con cualquier gobierno que no se someta a la barbarie neoliberal.

Para calumniar, por tanto, al proceso electoral cubano, esta vez se han destacado desde la Unión Europea,  tres personajes siniestros de la ultraderecha europarlamentaria: Herman Tertsch, Leopoldo López Gil y Javier Nart. Parlamentarios europeos que pretenden ingresar a la isla con la supuesta función de observadores internacionales, con un tufo a neocolonialismo que asusta, pero con la intención manifiesta de salir clamando a los cuatro vientos la falta de legitimidad y transparencia de los comicios en Cuba, a fin de caldear el ambiente e infectar la transparencia de dicho proceso. Todo ello responde únicamente a intereses personalizados de cabecillas contrarrevolucionarios cubanos que viajaron recientemente a Bruselas y se reunieron con estos parlamentarios.

El designio manifiesto de estos sujetos es desconocer y negar la legitimidad del proceso político cubano, justificando falsamente los ataques que se cometen contra Cuba desde las potencias capitalistas, causa principal de los problemas de todo tipo que encaran en la isla. Sobre todo el bloqueo criminal, que se impone desde Estados Unidos extraterritorialmente, y que impide un desarrollo económico normal y produce indecibles sufrimientos al pueblo cubano.

Por todo ello rechazamos todo acto de injerencia que interfiera en el curso normal de las elecciones y condenamos el intento de deslegitimar el proceso electoral cubano, porque lo único que se pretende es  derrocar la Revolución, instaurando un protectorado norteamericano de consecuencias brutales para el pueblo cubano.

De más está afirmar que no lo van a conseguir y que Cuba tendría todo el legítimo derecho, en ejercicio de su soberanía nacional, a vetar la entrada a la Isla de tales agoreros con ínfulas imperiales.

Con estos comicios la Revolución Cubana, sin duda, alguna reforzará sus vínculos populares y seguirá profundizando las conquistas sociales y políticas para resistir los ataques del capital y sus testaferros, muy versados en redes sociales, porque en la Cuba real no tienen nada que hacer, ni ellos ni sus mandantes.

¡Viva Cuba Socialista! ¡Viva Cuba, Fidel y el Che! ¡Hasta la victoria siempre! ¡Venceremos!

Madrid a 23 de marzo de 2023

Nuestras elecciones (I) (+ Video)

La democracia cubana, genuina, auténtica –no importada– tiene apellido: socialista. Su esencia radica en la participación ciudadana, en el derecho de todas las personas a tomar parte en la construcción económica, política y social de la nación

Autor: Granma | internet@granma.cu

Foto: Ricardo López Hevia

«No hay democracia en Cuba», repiten hasta el cansancio los que adversan el sistema político cubano. «¿Cómo puede haberla con un solo partido?».

A la pregunta habría que responder con otra: ¿quién dijo que democracia significa multipartidismo?

Democracia es, en todas las acepciones del término, gobierno del pueblo. Y podríamos agregar: por el pueblo y para el pueblo.

El multipartidismo es, con todo respeto para la mayoría de las sociedades contemporáneas que lo consideran garantía de democracia, una fragmentación de las fuerzas políticas de la nación, con un fin supremo: disputar el poder.

Es así como el sentido de servicio a las mayorías queda relegado y ellas mismas no llegan a las candidaturas.

Cuba no puede ser medida bajo ese criterio, porque su sistema electoral fue concebido, justamente, para superar las limitaciones que tienen los modelos tradicionales para favorecer el acceso del pueblo al poder.

Pero, no es propósito de este editorial cuestionar la legitimidad de los procesos electorales de otras naciones, ni exaltar nuestros méritos denigrando a los otros, pues estaríamos cayendo en el mismo error de los muchos que, sin conocer el sistema electoral cubano, lo descalifican por no ser calco y copia del que ellos defienden.

Una verdad sí debe ser dicha: Cuba ya conoció y practicó el multipartidismo y el pueblo siempre perdió en la pelea de los partidos. Cuba cree en la fuerza que la unidad de millones de ciudadanos en torno a un solo Partido, les aportan a sus necesidades y demandas como sociedad.

Al aprobarse este domingo las candidaturas locales para nuestras Elecciones generales, se está iniciando uno de los más importantes procesos del sistema político que se ha dado a sí misma la nación, para garantizar el ejercicio de la democracia plena desde la participación ciudadana. Sin ella, la democracia estaría vacía de contenido. Sería una entelequia.

El 1ro. de diciembre de 2022, el Consejo de Estado libró la convocatoria a elecciones nacionales para elegir, por el término de cinco años, a los diputados que nos representarán en la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Este proceso, de amplia transparencia, tendrá un momento ­importante el domingo 26 de marzo, cuando las cubanas y los cubanos acudiremos a las urnas a ejercer nuestro derecho al voto libre, igual, directo y secreto. Allí estaremos eligiendo al órgano supremo del poder del Estado y, al propio tiempo, reafirmándonos como actores de la política del país.

La democracia que no hay en Cuba es la que practica la sociedad del capital, la del imperio del dinero y la influencia, la que pretende imponerse a todos los países, sin considerar su historia, tradiciones y organización social y política.

En los modelos que se pretenden democráticos per se, suele ganar quien invierta «con más eficiencia» los millonarios montos recaudados en campañas desiguales, quien compre más espacios en el concierto mediático, quien más lodo vierta sobre sus rivales, quien más promesas haga.

La democracia cubana, genuina, auténtica –no importada– tiene apellido: socialista. Su esencia radica en la participación ciudadana, en el derecho de todas las personas a tomar parte en la construcción económica, política y social de la nación.

Por más que sucesivas administraciones estadounidenses y los peones a su servicio en las redes sociales pretendan pintarle al mundo una Cuba de gobierno rígido, autoritario y fallido, la fuerza de la verdad siempre será superior a las ridículas campañas de descrédito.

La fiesta electoral que está comenzando es parte inseparable de esa verdad que quizá no hemos sabido contar con todos sus méritos. Es perfectible, no perfecta. Hasta en eso se nos parece más que todos los modelos que quieren vendernos.

Incoherencia

Por: Michel E Torres Corona

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Quien se diga revolucionario debe siempre decir lo que piensa y debe hacer según lo que dice. Foto: José Manuel Correa.

Nuestros enemigos se pueden dar el oscuro lujo de la incoherencia, ese mezquino placer de decir una cosa y luego hacer otra, de defender hoy una causa y mañana denostarla. Nuestros enemigos pueden abjurar de todos sus principios, de esos ideales que alguna vez prometieron salvaguardar al precio de cualquier sacrificio.

Nuestros enemigos pueden ser sibilinos, moverse entre sombras, no dar la cara; pueden hacer gala de oportunismo y cambiar de rumbo según sople el viento, como veletas, o dedicarse a la vida de intrigantes, de hipócritas, de los que callan la verdad por conveniencia y agitan en el aire la bandera de la mentira y la traición.

Nuestros enemigos pueden hacer todo eso sin perder el sueño, sin conciencia que les hierva en las sienes, y siempre hallarán refugio y buen yantar; tendrán premios, homenajes y ovaciones. Pero nosotros no; nosotros no podemos darnos esos lujos, nosotros no podemos ser incoherentes y andar por el camino del mundo dando bandazos demagógicos. La incoherencia es nuestro pecado capital.

Quien se diga revolucionario debe siempre decir lo que piensa, sin que ello implique renegar de la asertividad o del tino; y, más importante aún, debe hacer según lo que dice, ni más ni menos, sin martirios absurdos. Convertirnos en estatuas silentes o monigotes del asentimiento daña al proyecto de emancipación individual y colectiva que propugnamos, propicia la viralización de los simuladores y convierte la complicidad ante lo mal hecho en condición del éxito.

Martí decía que libertad era el derecho de cada hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Como todo derecho, creerlo conquistado de forma irrevocable es negarlo: por la libertad hay que luchar todos los días. Nos hacemos presos de nuestro propio confort si esperamos plácidamente, para decir la verdad, a que nos celebren de forma unánime por nuestra valentía y honestidad: siempre habrá quien esgrima autoridad para acallar las voces incómodas a su posición.

A los revolucionarios no nos esperan vítores y agasajos por hacer lo que debemos. Martí también dijo que la libertad era la tiranía del deber. No habrá opíparos banquetes ni fuentes de champán para los que decidamos seguir en la senda de la Revolución, porque sabemos de ara y no de pedestal. La altura relativa de un puesto, de un cargo, no nos dará soroche ni libaremos frenéticos las mieles del poder.

Nuestro discurso es el de la justicia social y la soberanía popular, es el discurso de la dignidad plena y de la equidad. Ese discurso no puede amparar a quienes batallan por privilegios, a quienes juntan en su nido, como urracas, los oropeles del latrocinio. Si la Revolución es de los humildes, por los humildes y para los humildes, no cabe en su seno quien solo sepa de frívola ostentación y de apetencias banales.

No nos son extraños los errores. No somos impolutos. No somos ascetas. Pero debemos aspirar a que no quede error sin corregir, a limpiar las inevitables máculas que caen sobre cualquier obra humana, debemos aspirar a la austeridad de los que no medran con el peculio público, al sobrio carácter de los que no usan influencias y afectos como moneda de cambio. Debemos ser paladines de la verdad aunque la verdad nos desnude y nos hiera.

La incoherencia es el pecado capital de los revolucionarios. Ser de otra forma, aspirar a otras metas, implicaría antagonismos irreconciliables con nuestros valores fundacionales; antagonismos que pondrían en vilo los cimientos del socialismo en Cuba, esa obra perfectible y llena de andamios que persistimos en edificar, convencidos de que una alternativa al injusto statu quo es necesaria.

(Tomado de Granma)

La persistente deformación de atacar los síntomas y no las causas

Opinión

Ernesto Estévez Rams – La pupila insomne – Foto: Radio Reloj.- Recuerdo no hace muchos años, un funcionario en cargo de dirección que se molestaba porque los estudiantes universitarios ya no le dedicaban en igual número que antes, la tesis de graduación a la Revolución.


Su solución, insinuada sin mucha sutileza, era que los tutores debían asegurarse que sus supervisados hicieran tal referencia. Si tal cosa hubiera ocurrido, y por suerte el claustro ignoró olímpicamente la sugerencia, la recuperación numérica de dedicatorias “revolucionarias” se hubiera tomado por “éxito” en el trabajo político-ideológico, el cuadro hubiera sido felicitado por ello, y nadie se hubiera detenido a pensar en el impacto enajenante y contrarevolucionario de la medida, totalmente opuesta a la labor ideológica que necesitamos.

Cada acto simbólico que se convierte en liturgia termina vaciándose de contenido, ya sea desde la mención del bloqueo como figura retórica, hasta la entrega del día de haber para la patria como reflejo automático. Todo acto revolucionario ha de ser singularidad consciente. Cada acto simbólico de la Revolución ha de ser revolucionario.

La práctica de juzgar a los jóvenes por su parecido formal a las generaciones que le preceden es una liturgia vaciadora. Claro está, hacer que sean calco de los que le antecedieron es imposible y por tanto, el resultado es un Frankestein grotesco: los enajenan de su edad y les abortan el potencial de liderazgo. Agunos que siguen ese camino alegran a los mayores, pero en el mejor de los casos son ignorados, o en el peor, detestado por sus coetáneos. Un joven que defendiendo a la Revolución no sea contestario y rebelde, no es un buen revolucionario.

Me da tristeza ver esa forma de alienación que es poner la mayor cantidad de adjetivos al lado del nombre de Fidel como si con eso lo hicieran más grande y a ellos, más revolucionarios. Fidel no necesita liturgias. Fue más explícito, pidió contra ellas como voluntad última. Los que invocan a Fidel como quien cae en trance por tocar el manto de Turin, poco favor se hacen como revolucionario. El Che los hubiera llamado guatacones. Pero ese discurso levanta sonrisas y hacen ganar palmaditas en los hombros, muchos lo hacen ingenuamente y de buena voluntad, pero no por ello menos equivocados. Ese discurso que nada tiene que ver con el de revolucionario es un discurso enajenante, pero lo aplaudimos y lo alentamos.

Es esencial despojarnos de todo lo que no funciona en un ejercicio a fondo. Desterrar esa inclinación por el facilismo que no es solo resultado del desconocimiento del problema, es, en mayor grado, resultado de una mentalidad aldeana incapaz de ver lo que trasciende y solo reducida a lo inmediato. Súmale el sentido de tribu que enfoca en lo que abarca la vista, y tiende a desechar lo que trasciende el alcance de los sentidos más inmediatos. Agrégale la presión interior por un actuar que conlleve el reconocimiento individual y de lo que se deriva de tal reconocimiento. En ese fermento nace y crece la mentalidad de feudo, donde el interés más abarcador de la nación se sacrifica en la cotidianeidad de “defender” a como de lugar, la pequeña parcela al alcance de la mano. Cuando esa mentalidad de feudo se generaliza, entonces se enquista la Revolución.

La incultura política, la superficialidad, unida a la búsqueda en la inmediatez de los resultados, son vicios enraizados que no apuntan a pensar como país. El hecho de que tal actitud sea, en no pocos casos, recompensada socialmente, en primer lugar por las propias estructuras sociales, instituciones y organizaciones, apunta a que el problema no es de individuos, es estructural. Derrotémoslo.

Nuestro sectarismo ha de ser uno solo: no permitimos espacios como caminos para regresar al capitalismo. No nos dividamos en como imaginamos la utopía poscapitalista, ni siquiera en definir un camino único, unámonos en combatir al enemigo de la humanidad.

El imperialismo no perdona, pero piensa. Disfraza desde la izquierda su propuesta de retroceso, impostando un discurso de diversidad y de cambio. Nada hay más sectario que pedir rendir las armas en nombre de la tolerancia. No hay discurso superador que parta de la ucronía, toda acción política está asentada en sus circunstancias sociales, por necesidad en el tiempo. Fidel la definía como sentido del momento histórico. Toda propuesta debe ser por tanto analizada desde las circunstancias en que se proclama. En la Cuba de ahora, el signo de toda acción política se define en términos de como se posiciona en la práctica, en la guerra entre Cuba y el imperialismo, que es decir en la guerra entre Cuba socialista y la hegemonía del capitalismo-mundo. Ellos no nos dan tregua, nosotros no la pedimos.

Nuestra mayor fortaleza política es la base socialista de nuestra democracia. Y esa democracia se defiende en la cotidianidad de nuestras vidas, desde nuestras casas, nuestros centros laborales, nuestras organizaciones. A la posverdad se le derrota con la verdad tangible de transformar nuestra realidad día a día, a fondo, buscando conquistar el cielo por asalto.