Fidel está dondequiera que un cubano haga el bien

«Ser hermano de Fidel es un privilegio», ha dicho Raúl sobre el Comandante en Jefe, cuyo ejemplo lo ha inspirado como a toda la Isla

Autor: Dairon Martínez Tejeda | internet@granma.cu

Ceremonia honras fúnebres del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba.
Raúl ha sido ejemplo supremo de fidelidad a su hermano de sangre y de luchas. Foto: Juvenal Balán

De pequeño lo veía como una joven promesa. Intranquilo, como suelen ser los muchachos, Raúl solo se llevaba las críticas, pero Fidel sentía que en él había algo más, un futuro; por eso lo asumió bajo su protección, no para mimarlo ni aplaudirle sus novatadas, sino para verlo crecer como hombre de bien.

Y creció, o mejor dicho, crecieron, del Moncada al Granma, de la prisión al exilio, de Alegría de Pío a la Sierra Maestra, de la derrota a la victoria definitiva aquel enero de 1959 y, en ese andar, con el peligro siempre a cuestas…, fundaron entre sí un vínculo indisoluble más allá de la sangre, basado en el amor y el respeto.

«Ser hermano de Fidel es un privilegio. Siempre fue, desde la infancia, mi héroe; porque de todos los hermanos, yo soy el cuarto. Está una hermana, la mayor, después Ramón, un año después Fidel, cinco años después yo. O sea, que él, llevándome cinco años, era mi hermano inmediato superior. Y siempre fue mi héroe, mi más cercano compañero, pese a la diferencia de edad».

Fidel y Raúl afrontaron juntos los peligros y retos de la Revolución. Foto: Archivo de Granma

De ese cariño mutuo la historia recoge anécdotas, sobre todo contadas por el Comandante en Jefe, pero ¿y Raúl? ¿Qué pensaba el General de Ejército de su hermano? ¿Qué vio en ese gigante que le motivó a seguirlo en todos sus lances y hasta asumir la alta responsabilidad de continuar su legado como Presidente y Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba?

Raúl no es un hombre de loas, pero que admiraba a Fidel es indiscutible, lo dejó claro en su mensaje revolucionario en la Casa de las Américas aquel 11 de septiembre de 1959: «Si Fidel Castro es hoy el líder más popular, más conocido y que más entusiasmo y adhesiones despierta en toda la América Latina, se debe no solo a la lucha armada de años, sino también, y principalmente, a que el poder revolucionario instituido bajo su dirección reivindicará resuelta y firmemente la soberanía nacional».

Y continuó en ese entonces: «Castigó severamente a los torturadores, asesinos y criminales de guerra. Inhabilitó a los políticos venales y traidores, a los dirigentes sindicales corrompidos, cómplices de la tiranía, y les confiscó sus bienes robados al pueblo. Disolvió los órganos del poder reaccionario, emprendió de inmediato medidas radicales de beneficios populares y, sobre todo y ante todo, la Ley de Reforma Agraria radical».

Aquellas medidas marcaron un hito en la historia de Cuba, el «con todos y para el bien de todos» añorado por Martí empezaba a visualizarse y para eso estaba Fidel, lo validaría Raúl, en 1959, en la concentración campesina para conmemorar el vi aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y en apoyo a la Reforma Agraria:

«Fidel está aquí porque hace falta, porque la nave de la Revolución necesita un timonel como él, para que los traidores no puedan detener la maquinaria de su Revolución, para que los traidores no puedan desviar el curso de la nave de su Revolución. Para cumplir el cometido de nuestra Revolución, hace falta Fidel».

«El más preclaro hijo de Cuba en este siglo», diría Raúl, justo el 26 de julio de 1994, año difícil, mas gracias al líder histórico y su relación entrañable con el pueblo se logró «la heroica resistencia del país (…), el producto interno bruto cayó un 34,8 % y se deterioró sensiblemente la alimentación de los cubanos; sufrimos apagones de 16 y hasta 20 horas diarias y se paralizó buena parte de la industria y el transporte público. A pesar de ello se logró preservar la salud pública y la educación».

En ese entonces y ahora, Cuba continuó defendiendo las banderas del socialismo frente al periodo especial, al bloqueo imperialista, a las campañas mediáticas dirigidas a sembrar el desánimo en la ciudadanía… «Nuestro pueblo bajo la conducción de Fidel –aseveró Raúl– dio una inolvidable lección de firmeza y lealtad a los principios de la Revolución».

Fue él quien nos enseñó que sí se podía derrotar en menos de 72 horas la invasión mercenaria de Playa Girón; erradicar el analfabetismo en un año, proclamar el carácter socialista de la Revolución a 90 millas del imperio, mantener con firmeza los principios irrenunciables de nuestra soberanía sin temer al chantaje nuclear de Estados Unidos en la Crisis de Octubre, enviar ayuda solidaria a otros pueblos contra la opresión colonial, la agresión

externa y el racismo.

«La permanente enseñanza de Fidel es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer», agregaría Raúl en el histórico discurso de despedida de nuestro Comandante en su tránsito a la inmortalidad.

En ese momento evocó, además, cómo bajo el ideal fidelista  se convirtió a Cuba en una potencia médica, se transformó en un gran polo científico en campos de la ingeniería genética y la biotecnología; desarrolló el turismo y resistimos, ayer y hoy, sin renunciar a los principios ni a las conquistas del socialismo.

De hermano a casi padre, Fidel fue y es el referente para todos los cubanos, en especial para quienes guardamos parte de él en nuestros corazones. Fidel es Fidel, y por eso es inmortal su legado, el mismo que Raúl Castro explicó en varias ocasiones.

Su hermano Raúl definió su eterna presencia, tan temprano como el 5 de septiembre de 1959, al expresar que «el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente porque Fidel está dondequiera que se trabaje (…), dondequiera que la Revolución avance. Fidel está dondequiera que una intriga se destruya, dondequiera que un cubano se encuentra laborando honradamente, dondequiera que un cubano, sea el que fuere, se encuentre haciendo el bien. Dondequiera que un cubano, sea el que fuere, esté defendiendo la Revolución, allí estará Fidel».

El profeta y las lecciones de la historia

Fidel viene del futuro porque allí habita, ese lugar donde convergen los mejores sueños y esperanzas de la humanidad

Autor: Raúl Antonio Capote | internacionales@granma.cu

Tal parece que está aún en su mesa de trabajo, siguiendo con vista de águila los acontecimientos recientes en Europa, la escalada de la guerra en Ucrania, el resurgir del fascismo y los peligros que acechan a la especie. Foto: Estudios Revolución

Viajar al futuro y regresar para alertarnos de la trampa, de la posible emboscada, del cambio de curso de la política de tal y más cual estratega o país, para advertirnos de los daños irreparables a la naturaleza, para regalarnos optimismo y fe a raudales, no era suficiente para quien cabalga un sueño tan grande y puro.

Llevaba en la frente el beso del Apóstol y en la mano la alquimia para sanar cualquier injusticia. Veía más porque miraba más lejos. Los horizontes convergían en su voluntad de hacer y vencer cualquier contratiempo.

No ser perfecto le hizo perfecto para su pueblo, que ante cualquier duda buscaba la palabra precisa y afirmaba, con absoluta convicción: «lo dijo Fidel».

No hacía predicciones, no era hechicero o brujo, aunque a veces lo creyéramos por su poder anticipatorio; era un revolucionario y un genial estadista, un observador y estudioso consagrado de las realidades de este mundo.

Pero, cómo no creer en sus dotes de adivino, cuando vislumbró la futura victoria de la Revolución en aquel encuentro en Cinco Palmas, o advirtió del reto que significaba esa victoria, y la dura lucha que vendría después del triunfo.

También advirtió del cambio climático y de la amenaza de una guerra nuclear o del fin de la Unión Soviética. Muchos no le creyeron, su pueblo sí.

El actual escenario mundial nos lleva otra vez a sus palabras, alertándonos sobre el papel de la otan, cuando dijo, en una de sus reflexiones, que «esa brutal alianza militar se ha convertido en el más pérfido instrumento de represión que ha conocido la historia de la humanidad».

Sobre la organización guerrerista también señaló: «Muchas personas se asombran al escuchar las declaraciones de algunos voceros europeos de la otan, cuando se expresan con el estilo y el rostro de las ss nazis».

Predijo, digámoslo así, la decadencia económica y política de occidente frente al protagonismo de Rusia y China.

«El imperio de Adolfo Hitler, inspirado en la codicia, pasó a la historia sin más gloria que el aliento aportado a los gobiernos burgueses y agresivos de la otan, que los convierte en el hazmerreír de Europa y el mundo, con su euro, que al igual que el dólar no tardará en convertirse en papel mojado, llamado a depender del yuan y también de los rublos, ante la pujante economía china estrechamente unida al enorme potencial económico y técnico de Rusia».

Cuando se cumplía el aniversario 67 de la victoria sobre el nazifascismo, escribió, en una de sus reflexiones: «Los yankis y los ejércitos sanguinarios de la otan seguramente no podían imaginarse que los crímenes cometidos en Afganistán, Iraq y Libia; los ataques a Pakistán y Siria; las amenazas contra Irán y otros países del Medio Oriente; las bases militares en América Latina, África y Asia; podrían llevarse a cabo con absoluta impunidad, sin que el mundo tomara conciencia de la insólita y descabellada amenaza».

Creía firmemente en la capacidad de la Federación de Rusia para ofrecer respuesta adecuada y variable a los más sofisticados medios convencionales y nucleares del imperialismo, y vencer, certidumbre que debió servir de consejo a los que baten hoy los tambores de la guerra contra ese país.

Alertó sobre el peligro de una guerra en la península de Corea, la que consideró uno de los más graves riesgos de guerra nuclear después de la Crisis de Octubre en 1962, un riesgo que sigue vigente.

«Si allí estalla una guerra, los pueblos de ambas partes de la Península serán terriblemente sacrificados, sin beneficio para ninguno de ellos», previno.

El 21 de marzo de 2012 escribió una de sus más proféticas reflexiones: Los caminos que conducen al desastre. En ella expresó su preocupación sobre el agravamiento de la crisis de supervivencia de la especie humana.

«Cuando expresé, hace 20 años, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, que una especie estaba en peligro de extinción, tenía menos razones que hoy para advertir sobre un peligro que veía tal vez a la distancia de 100 años».

Entonces recordó ese día en Río, cuando los líderes mundiales presentes aplaudieron, quizá solo por cortesía, sus palabras, y «continuaron plácidamente cavando la sepultura de nuestra especie».

Su pregunta, centro de la reflexión, nos interroga aún: «¿Alguien piensa acaso que Estados Unidos será capaz de actuar con la independencia que lo preserve del desastre inevitable que le espera?».

Convencido, respondió: «Por mi parte, no albergo la menor duda de que Estados Unidos está a punto de cometer y conducir al mayor error de su historia». Y selló ese escrito con una lección: «Si no aprendemos a comprender, no aprenderemos jamás a sobrevivir».

Tal parece que está aún en su mesa de trabajo, siguiendo con vista de águila los acontecimientos recientes en Europa, la escalada de la guerra en Ucrania, el resurgir del fascismo y los peligros que acechan a la especie.

Fidel viene del futuro porque allí habita, ese lugar donde convergen los mejores sueños y esperanzas de la humanidad.

Fidel, en todas las dimensiones de la Revolución

Al Comandante en Jefe lo podemos encontrar en cada paso, en cada esquina y en cada obra social edificada con el esfuerzo de un país en Revolución

Autor: Mailenys Oliva Ferrales | internet@granma.cu

De su prédica revolucionaria, sustentada en el ejemplo mismo de quien vivió por y para los humildes, hemos aprendido también que la «Revolución es creer que se pueden mover montañas». Foto: Archivo de Granma

Arraigado en la fibra más íntima de la nación cubana, Fidel nos sigue acompañando desde la sobrevida. No hay metáfora en esa afirmación, sino certeza cabal de que su espíritu rebelde pervive en la cotidianidad de un país que no renuncia a la construcción de la obra social, emancipadora y humanista que es la Revolución.

El Comandante en Jefe también vive, especialmente, en el pueblo. Y es esa, quizá, la razón más hermosa que demuestra que su viaje a la inmortalidad –emprendido aquel desgarrador 25 de noviembre de 2016– figura solo como pretexto para extrañar su presencia física, pues hace mucho tiempo que su legado estaba impregnado en el sentir de millones de agradecidos.

Por eso, aunque haya partido a otra dimensión, Fidel no ha dejado de estar entre nosotros. Renace en cada batalla que libra el país, en cada nuevo desafío, en cada victoria, en cada niño que aprende a leer y a escribir la palabra Patria, en cada gesto de solidaridad o altruismo…, en la defensa de la verdad y de lo justo.

En presente también se habla del líder inquebrantable que jamás cedió un ápice frente a las amenazas del enemigo imperial; del hombre de ciencia que avizoró la necesidad de emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; del estadista con visión estratégica de futuro; y del político excepcional que con humanismo, inteligencia y constancia convirtió a una pequeña isla del Caribe en un referente mundial de lucha y resistencia.

De esa herencia moral se nutre hoy la fortaleza de los cubanos para sortear las más complejas adversidades que nos acechan. Los ejemplos sobran.

Basta con recordar que, cuando una pandemia sin precedentes puso en vilo a toda la humanidad, nuestros científicos fueron capaces de desarrollar soberanas vacunas para combatir con eficacia la terrible enfermedad, dentro y fuera de la Isla. No hubo duda de que ese resultado extraordinario era el fruto del empeño del líder histórico por fomentar la industria biofarmacéutica en el país.

Cuando nos quisieron arrebatar la tranquilidad con intentos de disturbios que amañaban los intereses injerencistas del gobierno estadounidense sobre nuestro cielo, la defensa de la soberanía nacional primó en el sentir de un pueblo comprometido con su historia y con la convicción fidelista de defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio.

Cuando otras naciones han necesitado la ayuda internacionalista ante la ocurrencia de epidemias, huracanes, terremotos y diversas situaciones de desastre, ahí han estado nuestros galenos del Contingente Internacional Henry Reeve poniendo en alto el nombre de la Mayor de las Antillas, brindando un servicio de calidad, devolviendo la esperanza a los más humildes y perpetuando, con su hacer, las ideas del Comandante.

Su semilla fértil, además, anda esparcida por todo el continente de América Latina y el Caribe; está en África, en Vietnam y en tantas otras naciones, donde el crisol de su vocación solidaria aún irradia con hondura bajo el principio de compartir lo que tenemos y no lo que nos sobra.

Martiano de honda raíz, nuestro «Quijote americano», como lo bautizara su entrañable amigo Hugo Chávez, no quiso monumentos en Cuba que lo glorificaran ni calles que llevaran su nombre. Y, ciertamente, no los necesita en su tierra. A Fidel lo podemos encontrar en cualquier sitio y en cualquier momento, proyectado en cada obra social edificada con el esfuerzo de un país en Revolución.

Lo podemos encontrar en el campesinado dignificado, en las mujeres emancipadas, en los maestros más consagrados… y en el espíritu deportivo y cultural de una nación que tiene ante sí el reto tremendo de continuar defendiendo la convicción profunda de que no existe poderío en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.

Por eso ahora, cuando se nos convoca a participar, a construir, a formar parte activa de las transformaciones que demanda Cuba en medio de circunstancias económicas dificilísimas, muchos buscan las respuestas en Fidel, el gigante de verde olivo que nos enseñó que para sostener nuestra obra socialista tenemos que cambiar todo lo que deba ser cambiado, y desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional.

De su prédica revolucionaria, sustentada en el ejemplo mismo de quien vivió por y para los humildes, hemos aprendido también que la «Revolución es creer que se pueden mover montañas», y que es posible convertir en realidad los sueños colectivos si no nos faltan la unidad, la perseverancia y la fe en la victoria.

No existe huracán, por fuerte que sea, que quiebre la voluntad de recuperación de los cubanos. Eso también nos lo enseñó Fidel. No hay, tampoco, ninguna medida coercitiva del bloqueo que amilane nuestro empeño de seguir trabajando, de seguir fundando y de seguir resistiendo, porque la máxima que nos guía es la de luchar con audacia, inteligencia y realismo.

Y aunque sabemos que en lo adelante nada será sencillo, pues la política expansionista y neoliberal de las grandes potencias no se detendrá, Cuba seguirá sorteando los obstáculos bajo los principios inquebrantables de la Revolución, que es lo mismo que mencionar los innegociables preceptos que nos inculcó Fidel.

Absuelto por la historia, su ejemplo nos compromete, la vigencia de su obra nos guía, y su presencia de luz nos ilumina. Porque el Comandante en Jefe vive en todos los que no lo dejaremos morir; se agiganta en los que se levantan cada día a construir un país mejor; y se consolida en la belleza que emana del decoro.

Al retratarlo en versos, el argentino Juan Gelman expresaría: «Dirán exactamente de Fidel / gran conductor, el que incendió la historia etcétera / pero el pueblo lo llama el Caballo y es cierto / Fidel montó sobre Fidel un día / se lanzó de cabeza contra el dolor, contra la muerte…».

Y es que, sencillamente, nuestro líder histórico sigue palpitando en todas las dimensiones de la Revolución.

Lo que tiene Fidel

Lo que tenía Fidel, lo que tiene, es su fidelidad al pueblo: el respeto a los pactos y las promesas, la consulta de las grandes decisiones, el sacrificio de una vida entera en favor del reino de los humildes de la Tierra

Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu

Foto: Ismael Batista Ramírez

Bastan pocas líneas para trazar su perfil reconocible sobre el lienzo. Con solo unas palabras –verdeolivo, uniforme, botas, barba– el pensamiento remite a su estatura. Apenas un grado, Comandante en Jefe, es suficiente para llegar a la sencillez de un nombre que se tejió, límpido, en la complejidad de un país.

Fidel se dice, y es como si se estuviera diciendo además Revolución y Cuba, y como si se hablara de sucesivas rebeldías, y de la invitación a no dejar de cometerlas, para seguir fundando la herejía de una Patria socialista que cree que con todos es posible el bien de todos.

Fidel es Fidel para el yo y para el nosotros, para sus contemporáneos, para los que crecieron bajo su discurso estremecedor y pedagógico, y para aquellos que conocieron su barba ya blanca y aún así fueron testigos de la apostura de la Sierra.

Es él, sin parangones, también para los nacidos después del 25 de noviembre de 2016, cuando murió para seguir renaciendo en los ojos inteligentes de una niña que mira a la pantalla del televisor y dice «Fidel» con la ternura de quien reconoce a un ser querido.

Se hizo parte Fidel de ese patrimonio simbólico que nos asaeta y consuela. Y en presente nos seguimos preguntando ¿qué tiene que los imperialistas no pueden con él? Esos que militan en el bando del odio, los enemigos indignos, los adoradores del yugo, asisten atónitos y descreídos a la sobrevida de un hombre que entró por los portones agrandados de la historia.

Lo que tenía Fidel, lo que tiene, es su fidelidad al pueblo: el respeto a los pactos y las promesas, la consulta de las grandes decisiones, el sacrificio de una vida entera en favor del reino de los humildes de la Tierra.

Y, asimismo, la fe en esa misma gente, en su agudeza, en su capacidad de sostener grandes proyectos, de entender la justicia de una lucha atroz y sostenida contra el torcido «orden natural» del mundo.

Decía: «Los cubanos no han querido otra cosa sino que sean suyas las determinaciones que solo su conducta; ¡que sea suya, y solo suya la bandera de la estrella solitaria que ondea en nuestra Patria! Que sean suyas sus leyes, sus riquezas naturales; que sean suyas sus instituciones democráticas y revolucionarias; que sea suyo su destino»; y una nación entera entiende la grandeza, la necesidad, de seguir diciendo: ¡Patria o Muerte!

Lo que tiene Fidel es la sensibilidad del líder triunfante que honró a los caídos desde las horas iniciales del proyecto revolucionario, que cruzaba puentes en medio de ciclones tremebundos, que no dejaba de idear cómo sortear, desde la ciencia y desde la habilidad, todos los asedios.

Y tiene la monumentalidad de una obra aún inabarcada en su profundidad, de la que se extraen continuas lecciones de hidalguía: «Nuestra Patria ha vencido las pruebas más duras, hemos llegado hasta aquí, y seguiremos adelante, labrando nuestro futuro, sin que ninguna fuerza pueda doblegarnos, intimidarnos ni obligarnos a renunciar a uno solo de nuestros principios».

Lo que tiene Fidel es que desde ese pensamiento hondísimo nos habla y lo seguirá haciendo. Lo que tiene Fidel es el amor a la Isla, ese que ella le devuelve.