Cuba ante una nueva batalla en la ONU contra el bloqueo

POR JORGE WEJEBE COBO 

Desde 1992, Cuba presenta cada año ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) el informe sobre el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra la Isla, que se mantiene inalterable debido a la política genocida de hace más de 60 años contra la mayor de las Antillas, y que irrespeta la voluntad de la inmensa mayoría de los países que votan en el organismo internacional a favor de que cese.

El canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla presentó recientemente en La Habana, ante la prensa nacional y extranjera, el documento titulado «Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba» sobre los principales daños ocasionados de agosto de 2021 a febrero de 2022, y que revela pérdidas por tres mil 806 millones de dólares (USD), cifra récord para siete meses.

Los días 2 y 3 de noviembre, Rodríguez Parrilla presentará por trigésima ocasión en la Asamblea General ese informe, el cual constituye una prueba de que ese asedio es el elemento central que define la política de EE. UU. hacia la Isla, recrudecida durante la administración del presidente Donald Trump y que el actual gobierno de Joe Biden mantiene sin cambios.

Tal guerra económica sigue el legado del memorando del Vicesecretario de Estado, Lester D. Mallory, del 6 de abril de 1960 que perseguía “provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria (…) debilitar la vida económica negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.

Para lograr esos fines el presidente John F. Kennedy decretó el bloqueo total el 3 de febrero de 1962, como parte de la llamada Operación Mangosta de finales de 1961, que significó un plan maestro de acciones terroristas y de campañas subversivas de todo tipo para dar el pretexto de una presunta crisis interna y llevar a cabo una invasión directa.

Desde entonces las administraciones estadounidenses han mantenido o incrementado las acciones que persiguen la asfixia económica. En 1992 aprobaron la Ley Torricelli para impedir totalmente el comercio de subsidiarias con la antilla Mayor e imponer sanciones a los barcos extranjeros que la visiten.

En marzo de 1996 fue firmada la Ley Helms-Burton, y desde 2019 el entonces mandatario Trump decidió aplicar su capítulo III, que extiende medidas y altas multas contra terceros países, empresas y bancos que comercien con el gobierno cubano, además de incluir 243 medidas adicionales de presión y llevar nuevamente al país a la espuria lista de los que apoyan el terrorismo.

No obstante, el cerco hace valer su hoja de parra que funciona cada vez que el país del Norte necesita enarbolar alguna flexibilización en el campo de las medicinas, bajo licencias casi siempre demoradas por la máquina burocrática aunque se trate de urgencias para salvar la vida de enfermos, y desde la década de 1990 permitió la compra de alimentos al contado y sin facilidades en bancos estadounidenses.

El actual ocupante de la Casa Blanca, Biden, lejos de manifestarse por el cese de tal hostigamiento que no dio resultados como declaró cuando era vicepresidente durante el mandato de Barack Obama, incrementa prácticas similares contra Venezuela, Nicaragua, Irán y Corea del Norte, entre otros que no se pliegan a sus designios.

En un complejo escenario mundial, nuestra nación librará y ganará otra batalla moral y política al presentar una vez más ante la Asamblea General de la ONU el informe contra el genocida bloqueo, en el que se detalla la incesante persecución por parte del gobierno de Estados Unidos contra las transacciones financieras que involucran a Cuba y que han afectado prácticamente a todos los sectores de la economía.

Dar la batalla

Opinión

Michel E Torres Corona – Cubadebate – Foto: Pixabay – Pixabay.- Las redes digitales aparentan ser un reino de libertad absoluta. La sensación de impunidad que muchas veces generan, al no existir consecuencias reales y graves para la conducta de sus usuarios, propician un clima de toxicidad y agresividad que se traduce en ofensas, ataques, calumnias, linchamientos, etc.; pero también induce a las personas a creer que en esos escenarios se puede hacer todo, que no hay límites.


Era el sueño ingenuo de algunas de las mentes brillantes que estuvieron detrás de la creación de internet: la extensión digital de nuestra patética existencia física borraría todas las contradicciones, todas las inequidades; colocaría a los seres humanos en un plano de completa horizontalidad.

Pero lo humano no puede huir de lo humano, ni siquiera cuando se organiza en forma de algoritmos y códigos binarios. El poder, ese viejo problema de nuestra especie, que se remonta a los tiempos en los que nos convertimos en “animales políticos”, terminó por infiltrarse en el Edén virtual, como la serpiente en el Paraíso.

Su mordedura sigue envenenando el corazón de la sociedad moderna: los resortes analógicos del ejercicio del poder (propiedad, autoridad, dinero, clase) permanecieron e incluso se fortalecieron con las nuevas tecnologías.

Una red digital como Facebook o Twitter, que alguien pudiera pensar como un refugio contra despotismos o conductas antidemocráticas, no es más que un producto de una empresa transnacional, cuyo principal interés, por naturaleza, es obtener beneficios económicos.

Su uso es gratis porque su fuente de ganancia son los propios usuarios, a los que utiliza como veta para la extracción de datos e información, que entregan sin oponer resistencia alguna, y a los que coloca en segmentos-dianas para sus operaciones comerciales. Saber qué pensamos y qué sentimos y qué deseamos en todo momento: el paroxismo de la expansión capitalista hacia nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

Y nada hay más déspota y antidemocrático que el capitalismo. Por eso, no nos puede sorprender el reciente “golpe virtual” contra la Revolución: los dueños de las redes, que son en buena medida los dueños del mundo hoy, son antagonistas irreconciliables del socialismo. Nos saben sus enemigos y, con nosotros, no van a tener ninguna consideración.

Bloquear cuentas, inhabilitar perfiles, disminuir la visibilidad de medios estatales cubanos e impedir la expresión en las redes digitales del pensamiento revolucionario no es algo que debamos juzgar desde lo moral: es algo que pueden hacer y que sienten la necesidad de hacer, ya sea porque vean un peligro en esa libre expresión o porque les molesta la más mínima articulación de páginas y grupos en sus predios.

La batalla contra ese poder hegemónico hay que darla en todos los frentes, incluso en aquellos escenarios en los que el enemigo está atrincherado y nos supera por abrumadora mayoría de recursos. Hay que estar en las redes digitales, hay que tratar siempre de colar nuestro mensaje a como dé lugar. Pero no pensemos que usamos esas herramientas de la misma forma en la que los rebeldes o los mambises arrebataban los fusiles a sus contrincantes: usar una red digital no es poseerla. Y de la misma forma en la que entramos a ellas podemos salir, incluso con mayor celeridad.

Sí, la batalla hay que darla en todos los frentes, pero no podemos perder de vista que hay que saber darla con todos los recursos de los que dispongamos en aquellos escenarios que son nuestros. Hay que llevar al enemigo al combate en las posiciones tácticas que nos favorecen. Todo lo que hagamos en las redes, pero dejemos de hacer en nuestros medios de difusión, podrá tener la suerte de los castillos de arena. Y más importante aún, no podemos dejar que ese combate comunicacional nos sustraiga todas las energías de lo imprescindible: intervenir la realidad.

¿Nos borran de su mundo virtual? Forjemos en las calles nuestra contraofensiva, barramos con el enemigo en nuestras comunidades, en nuestros barrios; exorcicemos al pueblo de cualquier desamparo y librémoslo de burócratas y especuladores; llevemos la crítica revolucionaria con toda su fuerza a los medios de difusión masiva. ¿Que los más jóvenes no ven televisión ni escuchan radio, que solo miran su teléfono? Pues vayamos a dar el contragolpe en las escuelas.
Las redes son de ellos, pero Cuba es nuestra.

(Tomado de Granma)

No puede haber impunidad ante un acto racista

Al calor de una festividad ajena por completo a nuestra identidad cultural, aunque cada vez más implantada en sectores de la población, un grupo de jóvenes ha provocado indignación, sobre todo en las redes sociales, al salir a la calle disfrazados con capuchas del Ku klux klán, preguntando: «¿Dónde están los negros?»

Autor: Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu

Foto: Caricatura de Moro

Al calor de una festividad ajena por completo a nuestra identidad cultural, aunque cada vez más implantada en sectores de la población, un grupo de jóvenes ha provocado indignación, sobre todo en las redes sociales, al salir a la calle disfrazados con capuchas del Ku klux klán, preguntando: «¿Dónde están los negros?».

Esta expresión pública es absolutamente inadmisible. Y mucho más inadmisible la pasividad y la permisividad que arroparon el acto. No se puede ignorar que las manifestaciones racistas son punibles en la legislación penal cubana.

Hay que ir más allá de lo anecdótico, aun cuando, insisto, está por ver la respuesta institucional y legal ante el hecho.

El racismo es una construcción cultural que si no se ataca de raíz penetra y pervive en la subjetividad humana. La cultura supremacista, que privilegia las supuestas ventajas de un color de la piel sobre otros no es privativa de Estados Unidos, la nación que desarrolló con mayor fuerza ese perverso enfoque.

En Cuba ha habido que luchar a brazo partido contra «el engaño de las razas» atinado concepto orticiano, por reivindicar el legado histórico y cultural de los africanos esclavizados y sus descendientes a nuestra legítima cultura mestiza. Mucho habrá que seguir luchando, pero el proceso de transformaciones revolucionarias de las últimas décadas no solo le ha dado impulso a esa perspectiva, sino también ha observado aquellas zonas donde no se ha avanzado suficiente e incluso se reproducen patrones y estereotipos racistas.

En todo caso lo sucedido nos revela los vasos comunicantes entre una ideología repudiable y ajena a los valores éticos ciudadanos de nuestra sociedad y la asimilación acrítica de modelos culturales de consumo que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia.

Sería oportuno refrescar con el arte reflejo el problema en toda su complejidad durante uno de los episodios de la primera temporada de la serie Calendario. La educación antirracista es un elemento consustancial al socialismo cubano y todo lo que se haga por inculcar esos preceptos siempre será bienvenido y necesario.