Héroes que curan héroes

En el puesto médico de avanzada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, emplazado en la zona del siniestro, se trabaja como en tiempo de guerra

Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu

BOMBEROS
Aun extenuados, los bomberos le decían: «Médico, enfríeme; médico, cúreme, que voy pa’ atrás, tengo compañeros ahí». Foto: Ricardo López Hevia

El mayor Léster Rodríguez Ruz, especialista en Cirugía Plástica y Caumatología, del hospital militar Dr. Luis Díaz Soto (Naval), en La Habana, no es ningún improvisado. A los 39 años mucho ha visto, porque entre sus misiones están la lucha contra el ébola, la COVID-19, «y ahora esta».

A pesar de la experiencia, dice que el combate al incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas es un escenario diferente e impactante.

Para describir las otras situaciones y su oposición con la actual usa, no uno, sino tres adjetivos: «Aquellas fueron organizadas, planificadas, previstas; pero esta ha sido más parecida a una guerra, hemos tenido que improvisar, desplegar un puesto médico en el terreno, y preparar personal que no está bien adiestrado en la atención masiva de quemaduras, con alta posibilidad de intoxicación y contaminación».

El puesto médico de avanzada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias se halla emplazado en un punto relativamente cercano al epicentro del incendio.

Hay una casa de campaña, camillas, balón de oxígeno, instrumental, medicamentos, una ambulancia, y un grupo de trabajo de seis personas: caumatólogo, cirujano general, intensivista, y tres enfermeros. Quienes se relevan para trabajar allí pertenecen al hospital Naval y al hospital militar Mario Muñoz Monroy, de la provincia.

Antes de que el puesto se estableciera el lunes, casi todos ellos trabajaron desde la madrugada del sábado en la evacuación, clasificación, auxilio y traslado de los lesionados.

EL MOMENTO ERA TRISTE

Isbel Viera Capote, chofer paramédico del Mario Muñoz, salió alrededor de las cinco y media del sábado hacia el lugar de los hechos, luego de que al hospital arribaran los primeros lesionados.

«Estuvimos a menos de un kilómetro, no se podía avanzar más; cada vez que veía una llamarada pensaba en las vidas que estaban allá dentro, y me dolía, porque había que esperar que los trajeran, o llegaran.

«El momento era triste, no podíamos hacer otra cosa que mantener la calma, y ponerle mucho asunto a lo que estábamos haciendo, cualquier error les podía costar la vida. Como ya se había evacuado una gran parte de los heridos, decidimos ir al Faustino, para ayudar en la clasificación y el traslado».

Adrián Silvio Ruiz, cirujano del hospital militar matancero, recuerda que esa madrugada las ambulancias dejaban cinco o seis lesionados a la vez, llegaron a tener más de 30.

Vieron lesiones graves y menos graves, contaminadas, predominantemente en la espalda y el dorso de los brazos, las orejas y el cuello, consistentes con la huida del fuego.

Rodríguez Ruz explica que están acostumbrados a las quemaduras caseras, limpias, pero las producidas en este incendio fueron «parecidas a las de guerra. Tenían polvo, agua contaminada, chapapote y restos de sustancias químicas».

Habla entonces de procedimientos que encogen el estómago a los no entendidos: lavados de arrastre, conducta expectante para ver hasta dónde el tejido puede responder o necrosarse, pronósticos reservados, posibilidades de secuelas invalidantes y de tratamiento quirúrgico.

Ilustra, además, que cuando se produce una explosión viene el «fogonazo»: la onda expansiva avanza cargada de humo y con temperaturas de hasta cien o 120 grados, y esa fue la fuente de parte de las quemaduras menos graves.

Cuando se le pregunta sobre los muchos bomberos, incluidos oficiales, que están en el terreno con sus heridas cubiertas de nitrofurazona y vendadas, y cuánto les pueden doler, responde que «las quemaduras, mientras más superficiales son, más duelen; de hecho, es un signo positivo. Cuando no duelen, preocupa, porque no están las terminaciones nerviosas, y son las de peor pronóstico.

«En tiempo de paz se tratan con mercuro y se dejan expuestas, para que sequen y creen una costra; en tiempo de guerra, más si se van a incorporar, hay que lavarlas, echar nitrofurazona y ocluirlas.

«La verdad es que no habrían debido volver, pero ellos nos decían que no, que se morían aquí, que no abandonaban a los suyos; y no quedó más remedio que taparles las quemaduras y contestarles, “bueno, hermanos, cuídense”.

«La mayoría cicatriza bien, algunas se infectan, eso depende generalmente de con qué se apagaron, de si se tiraron al piso y se contaminaron, o no».

MÉDICO, ENFRÍEME, QUE VOY PA’ ATRÁS

El trabajo en el puesto médico de avanzada es esencial para el bienestar de las personas que laboran en el área del siniestro. Foto: Ricardo López Hevia

Después de ese fin de semana tan convulso en el hospital, la labor en el Puesto Médico es de otra naturaleza, sin dejar de ser compleja. Los bomberos llegan con golpes de calor o deshidratación, y ellos proceden a hacerles el «baño de descontaminación»: desvestirlos, bañarlos con agua corriente, enfriarles el cuerpo e hidratarlos; siempre teniendo en cuenta si existe algún grado de intoxicación por monóxido de carbono.

Adrián Silvio Ruiz está habituado a lo impactante, hace solo cuatro meses que volvió a ejercer como cirujano; antes de eso, y por dos años, estuvo al frente de una sala en zona roja.

No obstante, el encuentro con unos bomberos extranjeros se le ha quedado prendido en el alma: «Ayer vinieron unos venezolanos y nos pidieron un poco de pomada, porque no se habían podido bañar y el traje les quemaba la piel. Les dijimos “báñense, acuéstense un rato aquí”, y nos contestaron: “no, no, nosotros vamos para adentro de nuevo, no podemos perder tiempo”.

«Conversamos con ellos alrededor de diez minutos, y nos decían que Cuba y Venezuela son una sola, que ellos le están cumpliendo al Comandante Chávez. Estuvieron toda la madrugada adentro».

El mayor Léster también se conmueve ante esos muchachos que les contaban que allá parecía el mismo infierno, que las temperaturas eran insoportables, con un nivel de asfixia que no los dejaba responder. Pero a la vez le decían: «Médico, enfríeme; médico, cúreme, que voy pa’ atrás, tengo compañeros ahí».

En medio de esa labor de asistencia con la más completa experticia, también han vivido momentos tensos, como ese cuando vieron «una bola de fuego que venía para acá. Todos corrimos y llegamos hasta allá, hasta el agua. De repente se extinguió, pero corrimos, para qué te voy a engañar», relata Rodríguez Ruz.

Posiblemente no haya nadie trabajando para enfrentar el desastre en la zona industrial de Matanzas que no haya corrido por su vida alguna vez en estos días; y, sin embargo, es un escenario plagado de valientes. Después de correr, regresan.

Fidel: lecciones de vida y de amor

Las pautas del concepto de Revolución fueron, para el Comandante en Jefe, pautas de vida, de pensar y de hacer

Autor: Leidys María Labrador Herrera | leidys@granma.cu

FIDEL
La vitalidad de esa herencia de ideales y valores, radica en la decisión colectiva de no dejar perder las conquistas adquiridas bajo su liderazgo. Foto: Yaimí Ravelo

Es sin dudas excepcional y único todo ser que, tras haber cumplido los límites de su existencia humana, se mantiene vivo. No, no se trata de una afirmación mística o religiosa, sino de una contundente verdad, que descansa en el ilimitado alcance de ciertas figuras a lo largo de la historia.

Los cubanos sabemos bien que eso es posible. Hemos tenido el privilegio de que sea esta Isla madre y cuna de personalidades capaces de transgredir la mortalidad de nuestra especie, para habitar eternamente la dimensión del pensamiento, del recuerdo, de la admiración y el amor.

Pero no es cosa simple alcanzar esa estatura. Se necesita mucho corazón, mucho temple, poner la existencia propia a favor del bien de los demás, hacer historia desde principios de humildad y justicia. Se necesita defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio, y todo eso y más, lo logró Fidel.

Cuando definió brillantemente a la Revolución, aquel inolvidable 1ro. de mayo del año 2000, sin proponérselo, sin que eso pasara jamás por su cabeza, se definió a sí mismo, porque, ser consecuente hasta el último suspiro con todo lo descrito en sus palabras, lo convirtió en un hombre inmortal e imperecedero.

Fidel: sinónimo inequívoco de Revolución

Aprendimos tanto del Comandante en Jefe, que su figura se nos dibuja a cada paso. Cómo no recordarlo cuando solo el profundo sentido del momento histórico nos ha permitido sobreponernos a las adversidades y sostener nuestras metas y expectativas.

Cómo no saberlo presente cuando ponderamos los derechos de cubanos y cubanas, la igualdad, el acompañamiento a los más desprotegidos, si para él fue siempre el ser humano el centro de esta obra y nunca, por duros que fueran los tiempos, abandonó al pueblo.

Hay mucho de Fidel cuando decimos que pese al bloqueo genocida, a los ataques perennes contra nuestro país, a la insistencia del enemigo por arrancarnos nuestra ideología patriótica, no vamos a detenernos, ni a cansarnos, ni a renunciar. Porque nuestro eterno líder nos dejó claro que debíamos emanciparnos por nosotros mismos, pero que en ese camino habría que desafiar poderosas fuerzas dominantes.

Con el ejemplo propio demostró que la modestia, el desinterés y el altruismo son valores imprescindibles, que se enriquecen si van acompañados de la solidaridad para con los demás, para con otros pueblos, para con el mundo.

De qué otra forma si no fuera por la audacia, la inteligencia y el realismo con que hacemos frente a los obstáculos, habríamos podido sostener el socialismo cubano en un mundo mayoritariamente capitalista y hegemónico, que no perdona los modos alternativos de vivir y de pensar.

Nuestra mayor fuerza ha sido y será siempre la de la verdad y de las ideas. Gracias a ellas se sostiene la unidad inquebrantable de este pueblo que, con la verdad como bandera, ha sabido edificar sus sueños de justicia, pero se ha erigido como faro de todos los que en el mundo comparten esa esperanza.

Las pautas de ese concepto de Revolución fueron para Fidel pautas de vida, de pensar y de hacer. Fueron los caminos que condujeron su andar por este mundo y que le hicieron merecedor del respeto de cuantos lo conocieron, aunque no compartieran su ideología de pensamiento.

Pero, sobre todo, fueron esas pautas las que hicieron posible algo sumamente sagrado para Cuba: nuestros principios de continuidad. Esos que nos llevaron a exclamar ¡Yo soy Fidel!, y sostenerlo, como el más preciado de los estandartes en cada una de las batallas que libramos.

La constante e innegable presencia

Nada tiene de retórica nuestra firme convicción de la sobrevida de Fidel. Por el contrario, se trata de una certeza que comprendemos muy bien los cubanos, pueblo agradecido y convencido de quién merece el privilegio de su confianza.

La vitalidad de esa herencia de ideales y valores radica en la decisión colectiva que asumimos como nación, de no dejar perder las conquistas adquiridas bajo su liderazgo, el de Raúl, y el de toda la generación que lo secundó en el empeño de sacudirle a Cuba los siglos de opresión que laceraban su dignidad.

Es por eso que los hombres y mujeres que tomaron de sus manos las banderas del socialismo sostienen que una república con todos y para el bien de todos es, y seguirá siendo, la máxima de cada día; que la vida de un revolucionario siempre implica elevadas dosis de entrega y de sacrificios.

Como lo hizo siempre Fidel, no ha habido un solo instante en el que sus continuadores se hayan apartado del pueblo. Con entereza, con paciencia, sacando fuerzas de donde solo el amor puede sacarlas, han sostenido el mismo desvelo por los problemas del pueblo, por sus preocupaciones, por sus necesidades.

Ese pueblo que nunca se ha sentido abandonado, que se sabe bajo el manto protector de la Revolución y, al mismo tiempo, protagonista de su existencia, ha respondido con unidad, con fidelidad, con madurez, con entrega, a la máxima de pensar como país.

En Cuba, el poder es popular

Fidel tiene también entre sus incontables méritos el de haber entendido desde el comienzo de sus luchas, y haber sostenido siempre, después del 1ro. de enero de 1959, que un líder revolucionario tiene que vivir como vive el pueblo, pensar como piensa el pueblo, solo así tendrá la sensibilidad suficiente para conocerlo y escucharlo.

Y ese binomio, líderes-pueblo, que jamás se ha roto, ni lo hará, es una indiscutible carta de triunfo que siempre nos acompaña, porque cada decisión, cada proyecto social, cada nuevo camino que iniciamos, lleva mucho del pensamiento y la sabiduría que se mueve entre nuestra gente.

En Cuba, el poder es popular. No es un trofeo que se exhibe desde posiciones de superioridad, no está ceñido a un cargo, no responde a millones en una cuenta de banco. Como todo aquello que hemos construido, también es un bien común, ejercido de diversas formas, pero, sobre todas las cosas, desde la visión de impulsar aquello que favorezca el bienestar colectivo.

El líder histórico de la Revolución apuntaló siempre desde su actuar, desde cada uno de sus pronunciamientos, desde el hacer cotidiano, la transparencia ante el pueblo, el deber de rendirle cuentas, pero a la vez, fomentó en las masas la convicción de que la Revolución no se hace sola, de que las obras no se construyen solas, de que lo que a todos pertenece, es, a la vez, responsabilidad de todos.

Quizá sea por eso que este pueblo no admite lo mal hecho, que no acepta nada sin pilares sostenibles y bien fundamentados. Quizá sea por eso que el pueblo siempre es parte primordial de todo lo que hace, y no desde la postura de observación pasiva, sino desde la creatividad y la participación.

Nunca estamos solos

Por muy justa y equitativa que sea una sociedad siempre habrá personas que, por las más diversas causas, quedarán en situación de vulnerabilidad en relación con los demás. La grandeza del socialismo cubano radica, precisamente, en promover el reconocimiento de esas particularidades, para que ningún ser humano, familia o comunidad quede a merced del abandono o el desamparo. También eso lo aprendimos de Fidel.

Aprendimos que no siempre el que necesita ayuda es capaz de pedirla, y por eso debe tener la Revolución los mecanismos que les permitan llegar hasta esas personas, aun si no ha existido un reclamo de ayuda. Así hemos construido nuestra propia definición de solidaridad, que se expresa en todos los ámbitos de la sociedad, dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Pero ha sido esa máxima la que ha dado un carácter casi épico y pocas veces visto en el mundo, para no ser absoluto, a la práctica, devenida deber inalienable, de que en cada momento difícil o doloroso, las personas sientan el apoyo de sus dirigentes, el acompañamiento que ayuda a aliviar el más hondo pesar, el abrazo para fortalecer el alma.

Un cubano nunca está solo. Ese sentimiento de solidaridad, personificado en nuestros líderes, responde a un sentir colectivo porque, en este país, la alegría y el dolor se comparten por igual, así de grande es el corazón que nos habita.

Por eso agosto ha sido siempre el momento propicio para celebrar su existencia, porque a él, a sus hermanos generacionales, a la inmensa obra que nos legaron, al amor incondicional que siempre profesaron y profesan a esta Patria, les debemos las más hermosas y perdurables lecciones de vida, que nos hacen hoy, a la par, mejores revolucionarios y mejores seres humanos.