La estatura de un hombre

Entre otras muchas misiones, Ernesto Vega González ha estado en el accidente de aviación de 2018, en la explosión del Hotel Saratoga y ahora en el incendio en la Base de Supertanqueros

Autor: Ventura de Jesús | ventura@granma.cu

Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu

BOMBERO
Vega es enfático cuando asegura que todo bombero sabe que siempre corre peligro. Foto: Ricardo López Hevia

Vega, como lo conocen todos, no es dueño de un físico imponente, pero observándolo se tiene la impresión de que, aun en ropa de civil, a la distancia se podría identificar el bombero que es hace 32 años.

Habla bajo, pausado, y con una voz ronca que tal vez se deba a todo el humo y el polvo inhalados en los desastres a los cuales les ha puesto el pecho a lo largo de su carrera, desde que empezó ese camino como soldado en el Servicio Militar, hasta llegar a ser el Jefe del Comando San José, de Mayabeque, con 30 efectivos bajo su mando.

Entre las misiones en que ha conducido acciones de rescate y salvamento están tres de las que más han estremecido a Cuba en los últimos tiempos: el accidente de aviación del 18 de mayo de 2018, del Boeing 737-200; la explosión del Hotel Saratoga, hace tres meses; y ahora el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas.

En las inmediaciones del Comando Especial No. 2, en la zona industrial, enfundado en un overol y recostado a un carro, Ernesto Vega González no aparenta ni sus 50 años ni el cansancio que no dice, pero tiene que sentir.

El tizne está prendido en los pliegues de su piel, en las uñas, y con calma responde el aluvión de preguntas que le lanzan dos periodistas y un fotorreportero.

«Estos últimos tres escenarios han sido muy difíciles, pero diferentes. En el Saratoga, que estuvo fuerte, muy duro, sabíamos que estábamos buscando personas reportadas como desaparecidas, y teníamos casi la certeza de que estarían bajo los escombros.

«En este evento desconocemos realmente en qué parte pueden estar los compañeros desaparecidos; no hemos podido acceder a todas las áreas donde trabajábamos al momento de la explosión del segundo tanque; la intensidad del fuego no nos permite entrar.

«Jamás he perdido un compañero de mi Comando, pero sí personas civiles, y nunca es fácil. Puedo asegurar que aquí la Dirección del Cuerpo de Bomberos se ha centrado, además de en sofocar el incendio, en la búsqueda de los bomberos, y que en todos los lugares a los que hemos podido llegar se ha hecho».

El Comando de Vega arribó sobre las nueve de la noche del viernes 6 de agosto, y desde entonces no han dejado de trabajar,  «todo el mundo está aquí, nadie se quiere ir, solo seguir y seguir hasta controlar el incendio».

Aclara que esa primera noche, mientras enfriaban la estructura del tanque, no era un secreto el riesgo que corrían. «Los bomberos desde que entran saben. En todos los trabajos nuestros hay una persona, o más, que se llama vigilante de escena, y se mantiene todo el tiempo buscando elementos de peligro.

«No fallaron, estábamos previendo que pudiera pasar, no hay más personas desaparecidas por eso, por la previsión que siempre tuvo la jefatura y los que estábamos ahí».

Al momento de la explosión de la madrugada del sábado, su tropa corrió hacia una maleza y por allí salió; dentro del fuego quedó el carro de bomberos, y dentro del carro, todos los teléfonos móviles. Después de eso lo vimos a lo lejos, una vez –cuenta–, cuando el humo amainó, pero lo que queda ya no tiene salvación.

Vega es padre de cuatro y abuelo de dos. El sábado en la mañana a su familia le llegó la información de que estaba entre los lesionados graves, «y realmente no tengo ni un arañazo». Dice que estaban muy preocupados y que han buscado la manera de comunicarse con él hasta tres veces cada día.

En su relato se unen los detalles de la labor que están haciendo –«mantenemos relevos de grupos de trabajo, cada tres o cuatro horas»– con notas entrañables, que hacen quizá toda su fortaleza: «El niño mío más chiquito tiene cinco años, y desde los tres lo estoy tirando con cuerdas, es que le gusta; ese parece que va a ser bombero.

 «Mis hijas me dicen: “papá, ya, es suficiente”», pero él reconoce que para un bombero la adrenalina a veces se convierte en una necesidad; lo que no quiere decir que se expongan gratuitamente. «En este oficio es muy importante la disciplina, porque ayuda a evitar accidentes.

«Hay que escuchar siempre la voz del jefe, que es el que más experiencia tiene; lo mío en el terreno es dirigir las acciones, garantizar la seguridad de mi gente».

Esa cultura es la que hace, asegura, que los bomberos sean una familia a nivel internacional, «puedes coincidir con algunos que ni siquiera hablan tu idioma, pero hay códigos; enseguida se entabla empatía y amistad».

Cuando se le pregunta cómo puede amar tanto una profesión tan riesgosa, emprende afablemente la contraofensiva: «Bueno, lo mismo pasa con los periodistas, que hasta van a la guerra, habrá quien piense que son locos».

La cuestión está, lo dice sin decirlo, en el deber. «No me gusta el protagonismo», afirma cuando percibe que la conversación informal es una emboscada con todas las de la ley.

Hablamos entonces de sus tres matrimonios, de si será difícil estar casada con un bombero, y nos manda a entrevistar a su esposa, que lo llama cada vez que puede, temiendo.

Luego nos revela que a los del comando les gusta debatir las películas de bomberos, y que la favorita suya es Infierno en la torre, con Paul Newman; pero todos coinciden en algo, en las películas hay mucha ficción, la realidad es otra cosa, y es mucho más tremenda.

Lo mismo sean bomberos o cirujanos, los cubanos no pueden escapar del choteo ni en la más absoluta adversidad, lo ratifica, y claro que debajo de esa carpa, donde varios tienen quemaduras y esperan la próxima llamada, discuten quién corrió más que un atleta olímpico para escapar.

Cuando el diálogo termina, la oscuridad del atardecer es firme sobre la zona industrial de Matanzas. Los carros de los equipos de prensa avanzan rumbo a la ciudad, pero para Vega no existe esa cama cómoda ni la ducha del hospedaje que les han asignado.

Él no mira hacia allá, mira hacia la fuente de la inmensa y negra columna de humo, a donde irá en breve; y aunque no tiene un físico imponente, a la distancia, a contraluz, su estatura es inmensa.

¡Coraje!

En la zona industrial de Matanzas no se deja de luchar. Luego de cada repliegue táctico hay una nueva avanzada, para cavar trincheras que impidan el paso del combustible, para enfriar las superficies, para evaluar daños y riesgos

Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu

MATANZAS INCENDIO
Una isla que se niega a decir ante la adversidad, «me rindo», que se hace una sola voz de aliento, un abrazo y un «Matanzas, aquí me tienes». Foto: Ricardo López Hevia

En tierra el calor es agobiante, y la tensión también. Cada cual permanece atento a sus tareas y a las voces de mando. El fuego no para, la voluntad de extinguirlo, tampoco. Parece afán de David contra Goliat. Coraje el de los bomberos.

En el aire los helicópteros lanzan sus cargas de agua sobre las llamas, que las tragan, sedientas. Los viajes se repiten una y otra vez. Es cuestión de no cejar. Coraje el de los pilotos.

De nuevo en tierra, un silbato empieza a sonar, corto y seguido. Es la señal del vigilante de escena para salir a toda velocidad; las fuerzas obedecen, pero sin correr, no hay señal de desesperación en los pasos firmes y apurados. Volverán en un rato.

A la vez, otros trabajan en la propulsión del agua, los socorristas permanecen atentos a las lesiones propias de una labor tan extrema, los jefes indican y controlan desde el epicentro del desastre. Coraje el de esos hombres y mujeres.

En la zona industrial de Matanzas no se deja de luchar. Luego de cada repliegue táctico hay una nueva avanzada, para cavar trincheras que impidan el paso del combustible, para enfriar las superficies, para evaluar daños y riesgos.

Del otro lado de la bahía el pecho se encoge ante cada nueva explosión, y se piensa enseguida en qué sentirán los que están ahí, de frente al incendio, si desde lejos se puede llegar a experimentar tanto miedo. Coraje el suyo, es toda la respuesta.

Matanzas y su gente resiste, a pesar de las pocas horas de sueño, a pesar del lógico nerviosismo que supone un siniestro en curso y de la columna de humo que se cierne como oscura amenaza.

Coraje el de quienes, sobreponiéndose a todo ello, ofrecen sus casas y sus medios de transporte, su sangre y su comida, sus brazos y sus saberes.

Coraje el de las familias que en otras partes de Cuba saben a los suyos en combate cuerpo a cuerpo con las llamas, y coraje el de los venezolanos y mexicanos que andan también frente a ellas.

Coraje el de las autoridades que no desfallecen, y que en estas jornadas aciagas han recibido también quemaduras y lesiones, que tampoco han podido descansar, con el significativo peso adicional de la responsabilidad.

Coraje, en fin, el de la Isla, que se niega a decir ante la adversidad, «me rindo», que se hace una sola voz de aliento, un abrazo y un «Matanzas, aquí me tienes». David venció a Goliat. No seremos menos.

¡Cuba no está sola!

Por: Karima Oliva Bello

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El cuerpo de bomberos trabaja sin descanso. Foto: Revista Bohemia.

No es el “karma”, ni la mano de Dios (con disculpa de los religiosos, que mucho están orando por el bien de la nacion), ni los shakras, ni la ubicación de los astros, ni la constelación que rige, ni una maldición. Fue un accidente provocado por un fenómeno natural.

No está “salao”. No tiene nada que ver con él. La única fatalidad que tenemos es la de estar a 90 millas de una superpotencia abusiva y hostil que desea dominarnos. Si no fuera por esto y tuviésemos un desarrollo económico como el de un pueblo que no estuviese bloqueado, todos los reveses vividos se sortearían de manera menos traumática, a pesar del dolor tan grande que siempre supondrá la pérdida de vidas humanas. No significarían en el plano económico, la afectación tan grande que significa cualquier desastre para una economía tan dañada.

No tiene “osogbo”. Está al pie del cañón poniendo el pecho a las balas siempre que hace falta, sin ápice de desmoralización. Hay que ver cuántos «sabelotodo», críticos del Washington Post, Sherlock Holmes caribeños, estadistas improvisados y etcs hubiesen hecho lo mismo en semejantes circunstancias.

El Gobierno no tiene un plan macabro para exterminar el país, no es un negligente irresponsable que no le importa cuántos cubanos mueran. No anda ocultando la bola sobre las causas de los siniestros. Lo que todos vemos es que se ocupa a brazo partido de dar la cara ante los problemas y hasta encontrar soluciones no para.

Los desastres no son muestra de que el sistema no da más. Ponen en evidencia su resiliencia. Habría que ver cuantas naciones del mundo aguantarían un bloqueo de Estados Unidos, no 63 años, una semana, sin colapsar y, además, sobreponerse a todas los trágicos eventos por los que ha atravesado el país en los últimos tiempos.

No se perdió la mística ni la épica de la Revolución cubana. Ni hay que fabricarlas de manera forzada. Épica y mística nacen orgánicamente del pueblo, como un gesto dramático pero auténtico y sin alarde, justificado por las circunstancias, cada vez que Cuba lo necesita, como siempre ha sido.

El pueblo de Cuba es heroico en su devenir colectivo y ha sido y seguirá siendo el protagonista principal de los momentos más trascendentes de nuestra historia y en el marco de ese esfuerzo colectivo nacen héroes entre los mejores de sus hijos que pueden ser de cualquier barrio, profesión, edad…

La unidad se produce por y se encarna en todos los buenos hijos de la nación en situaciones concretas, para salvar la patria. Y justamente es más fuerte cuando a nadie se le ocurre caer en individualismos. Ojalá ese sentido de lo que es útil y de lo que sobra nos guiara siempre.

La juventud no está perdida. Hay jóvenes, tanto entre los que se quedaron como entre los que se fueron, que se han desentendido del presente de la nación, pero hay otros, dentro y fuera de Cuba, capaces de arriesgar la vida por ella.

México y Venezuela han dado una muestra estremecedora de valor y solidaridad. No merecen menos que nuestro amor.

A Cuba la amamos mucho sus hijos, pero también muchas personas, colectivos, movimientos y naciones alrededor del mundo. ¡Cuba no está sola!

Mientras haya fuego se redoblarán los esfuerzos. Foto: Tomada del perfil de Facebook de la autora.

(Tomado del perfil de Facebook de la autora)