La mayoría, a sabiendas de cuánto significó en términos de burla a la soberanía nacional, considera la fecha un franco agravio. La califica como el momento en que EE. UU. nos subsumió y la historia nos concedió la triste categoría de neocolonia
Autor: Julio Martínez Molina | internet@granma.cu

El realizador Jorge Luis Sánchez estableció una fecunda imagen, por elocuente, en torno al miedo y el asombro, a la desazón producida en los nacionales por el arribo yanqui a la Isla luego de la denominada Guerra hispano-cubano-norteamericana, en su película Cuba Libre (2015), cuando en un fuera de campo muy bien resuelto en términos fílmicos, los niños del aula escuchan, advierten –casi palpan aun sin verlas–, a las tropas invasoras, solo mediante el resonar de sus botas.
Fueron las botas que mancillaron este suelo, luego de que nuestros bisabuelos y tatarabuelos –venidos de África, Europa y Asia, y unidos en combate– estuvieran peleando tres décadas a favor de la independencia.
Cuando ya tenían la guerra ganada a los colonialistas españoles, llegó el más feroz y expansivo imperio que haya conocido la humanidad, para apoderarse de una victoria que no le pertenecía, y tomar el fruto desde siempre codiciado.
El 20 de mayo de 1902 solo puede celebrarse por cubanos que ni conocen ni respetan su historia.
La mayoría, a sabiendas de cuánto significó en términos de burla a la soberanía nacional, considera la fecha un franco agravio. La califica como el momento en que EE. UU. nos subsumió y la historia nos concedió la triste categoría de neocolonia.
El nacimiento de la república mediatizada (la nuestra verdadera nació en Guáimaro) representó, en la práctica, que la potencia imperial determinase el destino de la nación en cada uno de sus apartados.
Todo se hacía, desde su Embajada en La Habana, por órdenes de Washington. Cada crimen perpetrado por la satrapía de Gerardo Machado tiene la firma de ese Gobierno. Del presidente títere Mario García Menocal y Deop, los periódicos estadounidenses escribían que «era más norteamericano que cubano».
Los miles de jóvenes torturados, vejados y sacrificados por los esbirros del dictador Fulgencio Batista deben su muerte también a Estados Unidos.
Tan evidente era la anexión, que el propio interventor, Leonard Wood, le participó al presidente Theodore Roosevelt que, «bajo la Enmienda Platt, por supuesto, le quedaba a Cuba muy poca, o ninguna independencia». Aún nos pesa ese infamante engendro jurídico que dio pie a la vigente base naval de Guantánamo, en territorio ilegalmente ocupado.
Lamentablemente, ayer como hoy (es la triste historia de América Latina), sectores internos fueron tan o más anexionistas que el propio Gobierno estadounidense.
Tras no poder dominarnos mediante ninguno de los métodos aplicados luego de 1959, en la actualidad se intensifica la agresión en los planos de la ideología, la cultura, el mediático y la diplomacia. Pero Cuba seguirá de pie, en plan de lucha y resistencia, y rechazando la ignominia del 20 de mayo.