Volver, sin ser los mismos

Cuba regresará a la cotidianidad con la huella imborrable del dolor, dispuesta a reponerse, en lo posible, del daño vivido

Autor: Madeleine Sautié | madeleine@granma.cu

Hotel Saratoga accidente expolición  4to dia Rescate y Recuperacíón
Para devolverle a la ciudad su natural apariencia, se trabaja permanentemente. Foto: Ricardo López Hevia

Pronto volverá al trabajo, en el que es barman en un restaurante, a menos de una cuadra del Saratoga. El mismo uniforme que llevaba aquel día y el mismo delantal esperan listos la orden de regresar a la faena diaria; sin embargo, él no es el mismo.

No es tan fácil para Aramís olvidar. Una hora antes había pasado frente a los portales del hotel, de prisa, para llegar temprano. Tras dejar todo listo y en minutos abrir, se dispuso –junto con Guillermo, el dependiente, y los demás– a almorzar. Poner el plato en la mesa y sentir un estruendo, que no pudieron en ese instante definir como una explosión, fue la misma cosa. Sin luz ya en la instalación, bajaron las escaleras. A la vista todo era humo.

Corrieron. El instinto los llevó a la escuela. ¡Mamá, mamá, mamá!, era lo que se oía entre el llanto de los pequeños. Guillermo cargó a dos niños con las cabezas partidas; Aramís llevó a unos cuantos para las puertas del restaurante.

Recuerda con persistencia a la muchachita con uniforme de tecnológico, en shock, la nariz, la blusa y las piernas ensangrentadas, llorando y preguntando por sus amigas, con las que pasaba cuando se desplomó el hotel.

Los ojos alcanzaron a ver lo que jamás habían visto: cadáveres de seres que un instante antes caminaban por la zona. El desastre apoderándose irremediablemente de un entorno siempre colorido y animado por voces cotidianas y serenas, dispersas en la multitud, denotando la vida.

Al restaurante se le desprendió una puerta; sobre las mesas cayeron lámparas; las copas se hicieron trizas; sus trabajadores, alterados unos, sin palabras los otros, fueron a un tiempo testigos, socorristas, marcados por una experiencia sin precedentes, en extremo dolorosa.

 Sin apartarse de las noticias, ni del impacto que por mucho tiempo les habrá de durar, los muchachos del restaurante esperan el llamado para regresar al trabajo. Saben que se han reparado los daños de su inmueble, que pronto todo estará listo.

Pero algo no es igual. La porción de ciudad donde trabajan, la que quieren, y de la que son parte, aún supura. Volverán pronto al trabajo, con el mismo uniforme y el mismo delantal que empolvaron en su afán de salvar niños. El Saratoga resurgirá de sus cenizas. Ellos, testigos del dolor, lo serán también del nuevo colorido, sin que sean nunca más los mismos.

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