Obsesión compulsiva

Brigada cubana con 52 doctores y enfermeros llega a Milán, Italia, para brindar su apoyo en la batalla contra la COVID-19. Foto: Consulado de Cuba en Milán.

Por: Luis A. Montero Cabrera

En el portal del Instituto Nacional de Salud Mental de los EE.UU. en la red de redes aparece la definición del trastorno obsesivo–compulsivo descrito de la siguiente manera: “El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es un trastorno común, crónico y duradero en el que una persona tiene pensamientos (obsesiones) y / o comportamientos (compulsiones) incontrolables y recurrentes sintiendo la necesidad de repetirlos una y otra vez”.

Si observamos la definición y el texto que allí se desarrolla para definir la enfermedad, solo una pequeña adaptación nos permitiría usarla para determinadas políticas de ese país hacia Cuba y los cubanos.

Un ejemplo claro aparece ahora cuando vemos que, en su cuenta de Twitter, la embajada de Estados Unidos en La Habana decía el 25 de marzo:

«NOSOTROS. Departamento de Estado | Democracia, Derechos Humanos y Trabajo @StateDRL · 25 mar.

El gobierno de #Cuba retiene la mayor parte del salario que ganan sus médicos y enfermeras mientras sirven en sus misiones médicas internacionales y los expone a condiciones laborales atroces. Los países anfitriones que buscan la ayuda de Cuba para #COVID ー 19 deberían analizar los acuerdos y poner fin a los abusos laborales”.

Evidentemente, refleja la opinión de la Administración actual del Gobierno de Estados Unidos hacia la innegable acción loable de Cuba que busca ayudar a los países para una mejor gestión de la tragedia que enfrenta el mundo entero con la COVID 19.

Las calificaciones que han usado son tan absurdas como que tratan de convencer a otros de que un médico que ayuda a personas pobres en lugares remotos de la selva de Brasil podría hacerlo como un “esclavo” del Gobierno cubano. El Departamento de Estado del Gobierno de EE.UU. calificó en septiembre del pasado año a las misiones internacionales médicas de Cuba como “una forma de tráfico humano y esclavitud moderna”.

Muy raros “esclavos” sin un custodio que los reduzca, que trabajan libremente en un país extranjero distinto al suyo y luego de firmar, de forma absolutamente voluntaria, un contrato mutuamente conveniente con el empleador de su propio país. Dicha contratación, que data de la Presidencia de Dilma Rousseff con su programa “Más médicos”, se gestionó bajo los auspicios de la muy neutral Organización Panamericana de la Salud, que así quedaría como “cómplice” de esclavitud moderna.

El hecho más extraño es que la calificación de “esclavo” proviene principalmente de un tercer país a los involucrados en dicho contrato: la actual Administración de Estados Unidos. El presente Gobierno de Brasil lo siguió sumisamente.

¿Cuántos brasileños están muriendo y morirán, por la falta de asistencia médica, originada al cancelar ese contrato? ¿Cuán absurda es ahora esta acción política del Gobierno del país norteño, en una crisis de salud mundial no vista desde hace un siglo, que solo puede dañar la oportunidad de vivir de muchos seres humanos si algún Gobierno ingenuo siguiera la recomendación del Departamento de Estado? ¿Por qué los grandes medios se pronuncian como que Cuba practica “diplomacia médica” en lugar de solidaridad humana?

Los evangelios cristianos coinciden en anécdotas donde los seguidores de Jesús fueron alimentados con unos pocos panes y peces que se multiplicaban milagrosamente al ser repartidos. Esto aparece en dos ocasiones y en situaciones de grandes multitudes siguiendo al profeta. Toda acción tiene muchos componentes, y es innegable que la ganancia de prestigio que pudo tener la prédica cristiana con la multiplicación de los panes y los peces para una población hambrienta puede ser uno de ellos. Si se desea desacreditar esa prédica a partir de este relato, también se pueden esgrimir otros argumentos, porque nada se multiplica por sí solo. Es preciso trabajar para tener sustento.

Afortunadamente, las personas de buena voluntad prefieren siempre ver que con ello se sació el hambre de una multitud gracias a una acción milagrosa de caridad. Preferimos siempre aprender de los valores positivos, los que refuerzan la condición humana. Cuba reparte lo poco que tiene, no regala lo que le sobra. Y si esas acciones sirven, además, para ganar un muy bien merecido prestigio y con sus eventuales ingresos sustentar un reconocidamente eficiente sistema de salud pública nacional, es aún mejor.

Uno de los argumentos controvertidos, aunque firmes, de la Administración Obama para cambiar la política agresiva hacia Cuba fue su obsolescencia. Fue una Administración sin demasiadas muestras de estos trastornos patológicos de recurrencia en acciones fallidas. Por supuesto que los cubanos en Cuba tenemos argumentos mucho más importantes acerca de lo aberrante e inhumano de esas políticas de agresión prolongadas por decenas de años. Pero la insistencia recurrente en revertir los bienes innegables de la anterior Administración estadounidense, que aceptó y hasta elogió lo esencialmente humanista del apoyo de salud cubano a otros países, es un claro trastorno del comportamiento.

Es una muestra de “obsesiones y compulsiones incontrolables y recurrentes” que algunos políticos actuales de ese país y sus sirvientes sienten la necesidad de repetir una y otra vez. Uno de nuestros médicos internacionalistas que ejerza la psiquiatría no vacilaría en calificarlo como un trastorno obsesivo–compulsivo a escala política, del que somos víctimas los 11 millones de cubanos que habitamos esta isla y otros varios millones de buena voluntad en la emigración.

Esa embajada es en sí misma un verdadero avance gracias a que la Administración Obama intentó cambiar la política de décadas hacia Cuba. Parecía que se iban a curar del trastorno obsesivo–compulsivo, pero la enfermedad de algunos, ahora con poder, es mucho más grave de lo que parecía.

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