Kaosenlared / Por J.C. De la Cotera
Poco tardarían en comprender que aquellas divinidades eran capaces de todo por llevarse hasta el último grano de oro.
El 12 de octubre el mar se abrió y el Sol bañó con sus amarillos rayos a los centauros. ¿Acaso había llegado Quetzalcóatl, el dios primordial del panteón prehispánico, con su cohorte celeste para llenar de bendiciones a los pueblos (incas, mayas, aztecas) del continente sin nombre? Sus cascos relucían y los nativos, en un principio, los adoraron. Poco tardarían en comprender que aquellas divinidades eran capaces de todo por llevarse hasta el último grano de oro. Sigue leyendo
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