Mientras que niños desesperados provenientes de países centroamericanos cruzan la frontera norteamericana, los líderes en Estados Unidos continúan demostrando que ningún asunto, no importa cuán cargado de emoción o moralmente claro, está más allá de la política. Y hay un grupo que es particularmente adepto a la duplicidad cuando se trata de determinar cuáles inmigrantes merecen ser tratados mejor que otros.
La crisis ha traído a primer plano a un grupo de congresistas que creen que los niños enviados por sus padres a Estados Unidos desde Honduras, Guatemala y El Salvador, con la esperanza de una mejor vida, tienen que ser obligados inequívocamente a regresar, no vaya a ser que estos desafortunados se salgan con la suya de burlarse de la ley y aprovecharse de la generosidad norteamericana –la cual, aparentemente, no merecen.
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